Un clima general de ferocidad surge de esta tragedia japonesa, ubicada durante las muchas y misteriosas guerras medievales que tanto han alimentado el cine de ese país. Dos mujeres (suegra y nuera) viven solitarias entre cañaverales dedicadas al crimen y al pillaje contra los soldados heridos que la guerra les acerca. Entre ambas se instala un vecino, tan inescrupuloso como ellas, que pronto se convierte en amante de la mujer joven. Desde allí, la mujer mayor emprende una campaña de celos, despecho, terror y muerte, procurando impedir los encuentros de esa pareja. Bajo la ferocidad exterior se impone una sensación de magia primitiva, una reducción de la vida humana a términos elementales de alimentación, sexo y supervivencia del más apto, con el agregado de terrores igualmente primitivos sobre el pecado, el castigo, la divinidad y lo diabólico. La realización de Kaneto Shindo se permite todas las sutilezas formales del mejor cine japonés: una interpretación exasperada y vigorosa, un abundante virtuosismo en cámara y montaje, el sabio uso de la lluvia, las plantas, las sombras y, sobre todo, de un pozo enorme que alberga los sucesivos cadáveres y que es, desde la invocación inicial, un símbolo de las oscuras profundidades del tema.
Onibaba, el mito del sexo (Onibaba, Japón-1964) de Kaneto Shindo, c/Nobuko Otowa, Jitsuko Yoshimura, Kei Sato, Jukichi Uno, Taiji Tonoyama. 103’.