La cita inicial de Lenin es un diagnóstico: la Unión Soviética es inmensa y por lo tanto diversa, lo que explica que aún existan remanentes de una economía patriarcal. Tras la cita, la demostración. ¿Por dónde empezar? Por el territorio, literalmente, recorriendo Svanetia, zona montañosa de Georgia, un recóndito lugar perdido en el Cáucaso. Constatación inmediata: las panorámicas revelan hostilidad, también hermosura; es un ecosistema ideal para contemplar, no para vivir. A continuación, Kalatozov introduce pormenorizadamente una economía pretérita y una forma de vida, y no deja de aludir a la no tan lejana relación de poder entre los pobladores y los señores feudales. Después, lo acuciante: sin sal no se puede vivir, y aquí hasta las vacas ruegan por sal, evidencia que prodiga un gag amablemente escatológico. El chiste es parte de una incógnita. Se debe transmitir desesperación, pero la poética del film colisiona un poco con los fines ideológicos a los que debe servir. En efecto, más allá de que los últimos cinco minutos constituyen una sincera celebración de la llegada del comunismo a la región, siendo el tractor y el cuerpo de los trabajadores pavimentando la llanura una glosa del advenimiento de un nuevo mundo, los planos con los que Kalatozov invoca el estilo de vida precedente son demasiado hermosos para dar cuenta del envilecimiento de una era superada. Los primeros planos de los rostros, la exactitud para mostrar el trabajo de las mujeres con la lana y cierta belleza de los ritos religiosos ortodoxos provocan una tensión con las intenciones didácticas revolucionarias. Algunos planos en contrapicado frente a una mujer tejiendo son tan resplandecientes que difícilmente se pueda adivinar ahí padecimiento y retraso. No es de extrañar que la prepotencia estética del film no se les haya pasado por alto a los centinelas de la pureza ideológica. Texto de Roger Koza.
SAL PARA SVANETIA (Jim Shvante, Unión Soviética-1930), de Mikhail Kalatozov. 62’