Safo rompió varios tabúes, y no sólo del cine argentino. El joven Raúl (Roberto Escalada) es un inocente arrastrado al camino de la perdición por el atractivo irresistible de Selva Moreno (Mecha Ortiz), criatura terrible y a la vez trágica, que hace un arte de la manipulación. El film establece con toda claridad que ese atractivo es esencialmente sexual, que Selva está perfectamente dispuesta a acostarse con él la misma noche que se conocen, que además vive mantenida por otros hombres y que toda su vida ha pasado rodeada por el escándalo, todas conductas muy ajenas a las convenciones cinematográficas del período. El tiempo ha proporcionado además un distinto nivel de lectura a Safo y a otros extraordinarios melodramas posteriores (El ángel desnudo, Los verdes paraísos, Los pulpos) porque en todos ellos el realizador dio rienda suelta a sus fantasmas, que eran los de casi todo homosexual del período, obligado a la represión y a la apariencia. Hoy resulta sorprendente pensar que Safo pudo ser confundida durante años con una historia de amor heterosexual, cuando casi nada de lo que ocurre en el film tiene demasiado sentido (la recargada intencionalidad de los diálogos de Selva, todo lo que se dice sobre su personaje, la burla que provocan sus relaciones con Raúl) a menos que Mecha Ortiz esté representando a un hombre, o Roberto Escalada a una mujer.
Safo – Historia de una pasión (Argentina, 1943) de Carlos Hugo Christensen, c/Mecha Ortiz, Roberto Escalada, Eduardo Cuitiño, Guillermo Battaglia, Mirtha Legrand, Nicolás Fregues. 98’.