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“El film se mantiene dentro de una constante ambigüedad que permite contemplar a Nazarín (Francisco Rabal) como un santo y como un rebelde, como un equivocado y como un lúcido que en la última escena abre los ojos, reconoce al mundo, admite su soledad y se predispone a la violencia, remarcada por un redoblar de tambores. Según se mire, Nazarín es un derrotado o un vencedor, un cristiano o un ateo. El cierto modo el personaje comparte la soledad, el horror, el desconcierto en que para algunos vive Buñuel desde los lejanos tiempos del surrealismo. (…) Las muestras de sadismo, crueldad y sangre que Buñuel incluye en buena parte de sus escenas queda como un dato secundario, como el horror que deja camino al descubrimiento final. También es subalterna la colección de burlas contra la burguesía y el clero. Ninguno de estos elementos estaba en la novela de Pérez Galdós en que se basa y el conjunto debe entenderse como un acto de creación personal”. Manuel Martínez Carril en Luis Buñuel, Montevideo, Ed. Cinemateca Uruguaya, 1984. Se verá en copia digital remasterizada.

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