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Tras haberse vuelto odiosamente popular durante los años de la primera guerra interpretando diabólicos villanos teutones, Stroheim comprendió que el final del conflicto le exigía un cambio si no quería extinguirse y tomó una decisión audaz: sería director. Convenció a Carl Laemmle, dueño de la productora Universal, resignando sus honorarios como guionista, y se lanzó a filmar MARIDOS CIEGOS, un triángulo amoroso de ambientación alpina. Lo que le importaba no era tanto la trama en sí misma como el espesor psicológico de los personajes, que elaboró muy cuidadosamente, ideando imágenes y acciones que representaran las tensiones interiores. Había cierta audacia en el tema, además, en parte porque implicaba la seducción de una mujer casada, pero sobre todo porque la justificaba. El resultado fue un éxito mundial y estableció el patrón básico de muchos films de montaña posteriores. Los principales rasgos de estilo del propio Stroheim también están planteados tempranamente en este film: la representación del prusiano decadente y lascivo, atento a los mínimos detalles de su apariencia física, la vocación para mostrar las conductas humanas despojadas de toda hipocresía, la fascinación por el impulso trágico. Texto de Fernando Martín Peña.