Faltan los colores y los temas musicales, y quizás también una relación más estrecha e intensa entre la fantasía y la realidad, pero aun así en la primera película de Demy ya puede advertirse un dominio sobre los espacios amplios y estrechos por igual, un sentido privilegiado del ritmo aquí desplegado en la interacción verbal entre los personajes y asimismo una intuición temprana sobre la naturaleza melancólica y a veces fatídica del amor romántico. Mientras Lola espera secretamente el regreso del padre de su hijo, que la abandonó 7 años atrás, y su amigo y ex novio Roland, que la reencuentra azarosamente tras varios años de no verse, se muestra dispuesto a dejar todo por ella, se vislumbra una época y su gente. Demy ensambla breves escenas acerca de una idiosincrasia reconocible y la vida cotidiana de una ciudad, zonas de Nantes que después de este film ya no serían otra cosa que una locación de Lola. Es por eso que los personajes secundarios (bailarinas, marineros, camareras, hombres de negocios, madres, un niño y una adolescente) tienen la misma importancia que Lola y Roland, y en sus respectivas apariciones se destaca tanto un matiz de sus personalidades y anhelos como un rasgo propio de una década aún cándida e ideal, más allá de que en la galería más importante de la ciudad pueda ocurrir un robo de joyas. El único número musical tiene lugar casi a los cuarenta minutos, lo que no significa que Demy prescinda de la música en otras secuencias, piezas ostensiblemente variadas que muchas veces están en contrapunto con la hermosa musicalidad de las conversaciones y el movimiento de los cuerpos en el cuadro. Texto de Roger Koza.
LOLA, (Francia, 1961) de Jacques Demy c/ Anouk Aimée, Marc Michel, Jacques Harden, 90´