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La anécdota parece desgarradoramente simple: un hombre descubre que está enfermo y finalmente muere. Pero en su funeral coinciden varios parientes y conocidos que comienzan a reconstruir los últimos meses de su vida y descubren que sus últimos actos han tenido un sentido íntimo y personal. Con este film Kurosawa demostró que podía jugar mano a mano en el terreno de las emociones, más relacionado por lo general con maestros como Ozu o Mizoguchi. Todo el film es un milagro de sutileza, conducido por el rostro adusto del protagonista Shimura (que por otra parte no tenía problemas en aparecer en las películas de monstruos de Ishiro Honda), pero su última secuencia debe contarse entre los más grandes momentos del cine todo. Fue el primer largometraje de Kurosawa exhibido por la TV argentina, en canal 11, un lunes de 1963.

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