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Buñuel trató de demostrar que podía funcionar bien en la industria cinematográfica mexicana haciendo films económicos, rentables y populares. A ese plan pertenece este film, que procuró trasladar a la idiosincrasia mexicana el sainete español Don Quintín el amargao, de Arniches y Estremera. El realizador ya había producido una versión de la misma pieza en 1935, con dirección de Luis Marquina, durante el breve período en que trabajó para la empresa española Filmófono durante la Segunda República. La versión mexicana no lo satisfizo pero es una comedia ligera y sin pretensiones con algunos toques muy propios (una escena entre un cura y un grupo de coristas) y por lo menos un hallazgo narrativo de gran originalidad: una elipsis de veinte años planteada desde el diseño sonoro, desde la oscuridad de un armario. Se verá en 35mm.

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