Aunque la Condesa Zaleska es una vamp bisexual, en su momento la prensa denunció las miradas sensuales de la actriz Gloria Holden hacia las mujeres, condenando su tono lésbico, como si no fuese suficiente con que su orientación sexual fuera representada como un mal vampírico. La actuación de Holden se convirtió en ícono e inicio de las imágenes lesbovampíricas. Pero la película tenía más para dar, porque, como sostiene Benshoff en su libro sobre diversidad sexual y cine de terror, también plantea una alianza que representa una forma comunitaria queer al establecer una asociación entre Zaleska y su sirviente Sandor, interpretado con extraña teatralidad por Irving Pichel. Esta primera comunidad reunida por su orientación sexual en el cine estadounidense fue monstruosa y, más allá de que pertenece al género fantástico, contiene un guiño documental: la acción transcurre en el barrio Chelsea de Londres que, como el Greenwich Village de Nueva York, era un barrio de trasgresión sexual ya en aquellas épocas. Tal vez La hija de Drácula sea una de las primeras películas en testimoniar una estrategia de presencia territorial como visibilidad basada en una experiencia real de resistencia diversa en la luz y en las sombras. Texto de Diego Trerotola.
La hija de Drácula (Dracula's Daughter, EUA-1936), de Lambert Hillyer, c/Gloria Holden, Otto Kruger, Marguerite Churchill. 71'