La vida onírica es la marca registrada de la poética del maestro kazajo, y en su primera película el empleo de la puesta en abismo para introducir los sueños de su protagonista como secuencias narrativas y en continuidad en la lógica del relato es de una frecuencia tal que el propio film casi llega a invertir y trastocar el balance entre su conciencia diurna y la onírica. Tal procedimiento que define el clima enigmático de la película no entorpece el entendimiento de lo que sucede: el joven Kairat llega del interior de Kazajistán para estudiar en la capital del país en la universidad de Alma-Ata, pero en el examen de ingreso lo descubren en una situación sospechosa y queda entonces inhabilitado. A la espera de una nueva oportunidad, Kairat pasa la admisión para convertirse en chofer de colectivos y en el ínterin se siente atraído por una mujer que conoce por azar. Con esto elementos mínimos, Omirbayev se las ingenia para combinar las penurias y la desolación de su personaje en la gran ciudad, poniendo en escena tanto la cotidianidad menesterosa que define la vida de Kairat como el contraste dialéctico de su actividad onírica, que determina microscópicamente la película. La inteligencia sensible del cineasta reside en la conjugación, en el interior de una misma escena, de un gesto, un sonido, un objeto que desentona respecto de su habitual referencia o utilidad, de lo que se precipita una acción y situación inesperadas, clave para el enrarecimiento de instancias que deben lucir inicialmente intrascendentes. “Leer es el paraíso”, dice un personaje en una ocasión; es probable que soñar también pueda ser un paraíso, al menos a veces, como también el cine, que puede llegar a parecerse plenamente a un sueño. Texto de Roger Koza.
KAIRAT (Kazajistán, 1991) de Darezhan Omibaryev c/ Talgat Assetov, Samat Beysenbin, Baljan Bisembekova, 68’