“En el fondo del mar no hay ricos ni pobres”, dice el Doctor Salvador que, como parte de su plan para crear un nuevo mundo sin clases bajo el agua, también le implantó branquias de tiburón a su hijo Ictiandro, convirtiéndolo en el anfibio del título. De esta forma, esta película soviética de ciencia ficción crea un subgénero inverosímil: el marxismo subacuático. Si todavía falta algo para agregar excentricismo, la acción transcurre en una ciudad latinoamericana, que vendría a ser ¡Buenos Aires! Pero lo más generoso son las secuencias subacuáticas, en especial la que retrata el salvataje por parte de Ictiandro a la heroína llamada Gutierre (sic), cuando ella cae al fondo del mar. Si se piensa que El hombre anfibio es un adelanto bolchevique de la serie El hombre de la Atlántida o una adaptación soviética de Aquaman, la película de Cheblotaryoy & Kazansky supera en brillo a cualquier ficción marítima: el traje y las antiparras de Ictiandro están cubiertos de lentejuelas, y esas falsas escamas brillantes prefiguran, en vanguardismo sensual, la versión submarina del Bowie de Ziggy Stardust con el casco de El fantasma del paraíso de De Palma. Especialmente porque, además de ser anfibio, el actor que interpreta al personaje tiene alto voltaje andrógino. Marxismo ambiguo y glam pasado por agua, un chapuzón de pop soviético. Texto de Diego Trerotola.
El hombre anfibio (Chelovek-Anfibiya, Unión Soviética-1962) de Vladimir Cheblotaryoy y Gennadi Kazansky, c/Vladimir Korenev, Anastasiya Vertinskaya, Mikhail Kozakov, Anatoliy Smiranin, 96’