El lunes 29 de enero a las siete en punto el auditorio del museo estaba repleta y en absoluto silencio. Marilú Marini subió al escenario y comenzó a entre susurrar y recitar el texto de la novela de María Negroni, El corazón del daño. Como dijo un poco después Alejandro Tantanian, director de la novela vuelta obra, no actuó como lo hace en el escenario del teatro. Pero aun así, leyendo despacio, el público escucha cautivado.
Después de la lectura, y el fuerte aplauso correspondiente, tuvo lugar la presentación de la obra de teatro homónima que estrenaron este enero en el Teatro Picadero. Allí actúa Marilú y dirige Tantanian; la entrevista la llevó a cabo Alejandra Varela, periodista especializada en teatro.
Tantanian contó que el libro lo cautivó y que el material de la obra está todo ahí. Lo trabajó con su autora, María Negroni, pero sobre todo para darle un orden más teatral. Para la puesta, se apoyó en Samuel Beckett. "Las acciones, la síntesis, la parquedad y la distancia nos las dio Beckett. La combinación de los procedimientos literarios de María y los de puesta de Beckett nos permitieron entrar en escena"-dijo.
Especialmente mencionó Los días felices y su personaje Winnie, pero también de otras tomaron las acciones, los golpes sobre la mesa. Todas las acciones que ella realiza sacando cosas de la bolsa son de Winnie, personaje de esa obra: el rouge, el espejo, la lupa, el jarabe. Cuentan el proceso porque tomar a Beckett fue un lujo que se dieron y les permitió entender el lenguaje teatral. Y Marilú, además de haber hecho de Winnie, es en todo sentido una actriz beckettiana. Tiene por su entrenamiento una lógica de entender lo que hay en el texto y no necesita otra cosa.
En palabras de ella: "Es un texto en el cual tenés que ir a la inmersión. Hay que tener la valentía de decir no entiendo, no sé qué es lo que me está diciendo racionalmente. Hay algo de lo que habla el texto que es mucho más primitivo que lo humano y lo artístico".
“Pienso que los actores somos gente que todo el tiempo está tratando de ver distintas humanidades, gente, comportamientos. Y todo eso lo tragamos, absorbemos pero nuestro instrumento somos nosotros mismos. Tenemos que ser proteicos, transformables, pero no son solo elementos externos. Se trabaja con uno”.
Hablaron sobre el espacio, que estuvo a cargo de Oria Puppo. Contó el director que la puesta del espacio fue para delimitar la ficción y no ficción: lo que aparece detrás del marco dorado es ficción, lo que está delante es no ficción. Funciona como una deconstrucción de un portarretrato. Está la figura y el fondo, y cada una de sus capas disgregadas.
La actriz cerró con una reflexión sobre el arte: “Cuando entré en Ámsterdam al Rijksmuseum y vi el retrato de Rembrandt de la madre, me largué a llorar como una magdalena. Y pensé ¿por qué me pasa esto? Porque hay algo del arte que no sirve para nada, porque el arte no ‘sirve’ y que no sabemos qué es pero nos constituye. Estamos frente a un texto que a lo mejor vamos descubrirlo el último día de la función, pero que nos mueve algo interiormente aunque no podemos precisarlo racionalmente”.