En líneas generales, una parte del film se inscribe en la línea del «erotismo silvestre» (Jorge Acha dixit) que el realizador Armando Bó había creado para Isabel Sarli.
Vuvuzela. Oda al chongo. Un documental con cruces de ficción que mira de costado al carnaval del país y se centra en sus varones.
La producción del documental Ilse Fuskova realizó un trabajo metódico de exhumar piezas inhallables. Fotografías, videos y documentos escritos a máquina que ni siquiera quienes participamos en aquellos años frenéticos de la endemoniada fiebre lesbiana contemporánea a la recuperación democrática recordábamos o sabíamos que existían, o que alguien los conservaba.
Esta película futurista de carreras de autos es también un comedia negra que parece fetichizar el mundo tuerca del mismo modo que J. G. Ballard lo hacía en su novela Crash publicada tres años antes.
En esa feliz bisagra que habilita el videoarte, donde puede convivir la experiencia personal, el devaneo filosófico, la memoria y sus deformaciones, el flash y la libertad autoral, Sofia Victoria Díaz concibe esta obra que mezcla ética y estética en un objeto minimalista y experimental.
Este es el film más auténticamente psicotrónico que le tocó protagonizar a Leblanc. La trama es múltiple. La diva está casada con Francisco de Paula, que es director de cine y está filmando una película indescifrable, alternando mujeres sensuales y malambo.
La identidad travesti, una manera de nombrarse que escapa las lógicas binarias y blancas, también es una forma de ocupar el espacio, de pensar las relaciones afectivas y de construir modos de vida en comunidad.
Es muy curiosa esta mezcla de opereta musical y film de aventuras. En parte porque recurre al viejo truco del crossdressing para burlarse de los arquetipos machistas, pero también porque su realización es incomprensible en el contexto del cine soviético más difundido.
Este film es la demostración cabal de que el talento de Lorre trascendía en mucho los límites que le imponía la industria norteamericana.
Estreno
El prófugo
Si hubiera que buscarle un universo de pertenencia a El prófugo, tal vez el más apropiado sería el de las pesadillas. Porque no es el terror lo que define la atmósfera de esta película, sino la particular claustrofobia que producen los malos sueños.
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