Un joven se siente culpable por la muerte de una muchacha que conoció por casualidad y su médico lo empuja a investigar el pasado. Curioso policial sin policías concentrado en sólo cuatro personajes y con trasfondo de perversión aristocrática.
Créase o no, esta rarísima película de suspenso es una remake automovilística de La ventana indiscreta hecha por Richard Franklin, que fue un confeso devoto del cine de Hitchcock y gran creador de imágenes poderosas, como lo sabe quien haya visto su obra maestra Patrick.
En su momento fue considerado un clásico instantáneo y tuvo un éxito gigantesco, que prolongó el de la novela de Jerzy Kozinski en la que se basa.
Este es uno de los más grandes melodramas que produjo Hollywood y quizá pueda pensarse como la bisagra que une al director John Stahl con Douglas Sirk, su sucesor en el terreno del desborde emocional y -en este caso- cromático.
Un policía llega a un pueblo remoto en busca de una muchacha desaparecida y descubre que en el lugar se practican toda clase de rituales paganos.
Un giallo en estado puro: sexo, violencia y muerte en una agencia de modelos, todo fotografiado con gran estilo y hermosos colores.
“Entre el cerebro que piensa y las manos que trabajan, el mediador debe ser el corazón”. Sobre esa frase, Lang y su esposa y guionista Thea von Harbou edificaron la alegoría más influyente de la Historia del Cine.
El film comienza con el asesinato a quemarropa de dos policías pero luego queda demostrado que no hay otra lógica para ese crimen que la violencia arbitraria de la corrupción y la miseria.
El film es notoriamente violento, como la mayor parte de los spaghetti-westerns, y puede verse como una contrapartida europea de Bonnie & Clyde.
Créase o no, este oscuro nudie yanqui se estrenó casi sin cortes en plena dictadura de Onganía, al mismo tiempo que las películas locales con Isabel Sarli o Libertad Leblanc eran severamente mutiladas o prohibidas.
Afilando el thriller erótico como género, De Palma realiza otro de sus juegos de espejos con Psicosis y Vértigo de Alfred Hitchcock para desplegar su voyeurismo como forma de cinefilia descentrada y ambigua.
Perversos instintos
Este pequeño thriller recupera algo del espíritu de la vieja clase B, al apoyarse en un par de recursos cada vez más raros en el cine: un grupo de actores sólidos, que importan desde su sola presencia en pantalla, y la concentración dramática de la trama, que sucede casi por completo en un pequeño yate.
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