Casi toda la acción transcurre en una posada regenteada por una pareja de mujeres y describe las consecuencias de un vínculo doblemente tabú (extramarital e interracial) y para hacerlo procura introducirse en la psicología de sus protagonistas. Macpherson fue el creador y fundador de una de las primeras revistas importantes sobre cine, “Close Up” (1927-1933), y en los textos que allí publicó se destaca su fascinación con el montaje soviético y el abordaje psicológico de algunos cineastas alemanes, como Pabst. Una combinación de ambas influencias es lo que procuró en BORDERLINE, con resultados dispares pero fascinantes y algún momento de verdadero asombro, como la escena de una mujer que enloquece mientras juega con un puñal. El grupo que realizó el film es aún más interesante que el propio film, porque Macpherson era el vértice de un triángulo amoroso que integraban otras dos mujeres, la escritora inglesa Bryher (que era su esposa) y la poetisa norteamericana HD (que fue amante de ambos). A ese núcleo central se sumaron el cantante Paul Robeson, que era una estrella internacional, y Gavin Arthur, que fue pionero en el estudio de la sexología y luego de la fundación de comunas en California. El resultado es más raro que bueno, en el mejor sentido posible.
BORDERLINE (Suiza / Reino Unido, 1929), de Kenneth Macpherson, c/Paul Robeson, Eslanda Robeson, Hilda Doolittle, Gavin Arthur. 71’.