Después de una cita de Dante, el rostro de un hombre y una afirmación sobre el trabajo: mata y quizás dignifica. Quizás. Este es el inicio de la película y de una obra, la de uno de los grandes, quien filmó el trabajo, la desesperación, la fe, la alegría, la prostitución, el deseo, el fascismo. Bastó con elegir la vida de un proxeneta de los suburbios de Roma para pintar de qué está hecha la injusticia y a qué responde: los hombres y las mujeres son hijos de las circunstancias, y, después de la Segunda Guerra y el auge del fascismo, envilecerse es un destino posible. Nadie es en sí un cretino o un desalmado, y es por eso que ACCATONE intentará otro modo de sustento, pues tras conocer a Stella, otra criatura arrojada a la impiedad de la Historia, sentirá el deseo de vivir sin sacar provecho de los otros. El amor que dispensa Pasolini a sus personajes es ubicuo: son retratados como miembros de una comunidad y una clase, sin descuidar además los lugares en los que trabajan, descansan y pasan sus tiempos libres. A la clarividencia política se añade una temprana sapiencia formal: el empleo del zoom para ir hacia los rostros tiende a explicitar un pensamiento o un sentimiento de los personajes; un travelling hacia atrás para seguir la riña verbal entre Accattone y su mujer demuestra un dominio sobre el espacio que puede también observarse en una de las primeras escenas ligadas a una proeza atlética de Accattone o en sus reiteradas visitas a un barrio cercano para ver a sus hijos; aunque nada es más extraordinario que el concepto sonoro que pone en marcha la única secuencia onírica de la película, que denota asimismo una gran inteligencia estructural en tanto que añade elementos dispersos a lo largo de todo el relato en los signos del sueño. Así empezó Pasolini, así también el gran Franco Citti, como el malogrado protagonista. Texto de Roger Koza.
ACCATONE (Italia, 1961), de Pier Paolo Pasolini c/ Franco Citti, Franca Pasut, Silvana Corsini, Paola Guidi, Adriana Asti, Luciano Conti, 117’.