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¿Qué queda cuando la utopía no sólo no se ha cumplido, sino que empieza a dudarse de que realmente haya existido? Esa pregunta obsesiona a la directora Camila Gúzman Urzúa y la empuja a volver a Cuba, a buscar a sus compañeros de escuela para pensar junto con ellos cómo ese mundo feliz de la infancia se convirtió en algo tan tristemente diferente de lo que su generación -los llamados "PIONEROS"- creyó ver. Aunque cultiva un modelo del diario documental en primera persona, aunque no está animada por el deseo de entregar verdades que no tiene, El telón de azúcar dice mucha más de lo que muestra, va desplegando su inteligente  ojo observador y su  melancolía ante nuestros ojos. Guzmán Urzúa teje una red de sentidos al entrevistar a jóvenes que  eligieron quedarse y cuyos padres son los que emigraron a Europa o Estados Unidos, al mostrar documentos o increíbles tapas del Granma, y porque está recorrida por la tristeza del que siente que no tiene más remedio que contar lo que le duele. Y esa valentía excepcional no sólo ilumina la película, sino que la ubica en un lugar solitario y único.