El film recorre buena parte de la historia de la Argentina a través de la figura simbólica de un calesitero que evoca sus recuerdos de ese pasado con el tango de Mariano Mores y Cátulo Castillo como leit-motiv.
El contexto de la acción anticipa clásicos posteriores de Torre Nilsson, pero lo que importa aquí no es tanto la decadencia de una forma del poder sino la confrontación de clases, que no se acomoda a ninguna forma de conciliación.
La televisión nos ha acostumbrado a las imágenes submarinas pero en 1956 filmar en el fondo del mar era una proeza que implicaba no sólo destrezas personales sino la invención y el desarrollo de equipos específicos.
Tiene todos los elementos de un perfecto western: el hombre que llega a un pequeño pueblo, la certeza de una venganza, un antiguo amor.
Durante la década del ’50 -y en todas partes del mundo- el cine comenzó a incluir desnudos ocasionales y a tratar temas que hasta entonces se mantenían tabú.
El insuperable debut de Littín puede versar sobre un caso real que conmocionó al pueblo chileno en agosto de 1960.
La vida onírica es la marca registrada de la poética del maestro kazajo, y en su primera película el empleo de la puesta en abismo para introducir los sueños de su protagonista como secuencias narrativas y en continuidad en la lógica del relato es de una frecuencia tal que el propio film casi llega a invertir y trastocar el balance entre su conciencia diurna y la onírica.
Desde los primeros minutos, se revela que el film combina elementos del policial y del melodrama para llegar a lo que verdaderamente le importa a Astruc, el retrato de la personalidad de su protagonista, que va ganando espesor a medida que se suman los malos encuentros del título.
El deseo
Ambientada a fines del siglo XIX, la trama se desarrolla en una serie de flashbacks complementarios, estructura muy pertinente porque en todos los casos importa la subjetividad de los personajes que narran.
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