Un hombre inocente se convierte en fugitivo de la justicia mientras trata de reconstruir los hechos que le implicaron en un asesinato y un robo que no cometió.
El título original menciona a una “rubia gélida” pero, por una vez, su título de estreno en castellano es mucho mejor. La protagonista no se detiene ante nada ni nadie para satisfacer sus caprichos y, aunque le falta inteligencia, le sobra maldad.
La gran idea del film es hacer que el héroe resulte ser una estrella de cine de acción, personaje genial a cargo de Vincent Price. Casi todo el film fue dirigido por Farrow (padre de Mia) pero hay algunas zonas, como el final, con abundante cámara en mano cuando aún era una rareza en Hollywood, que quedaron a cargo del gran Richard Fleischer.
Durante la Gran Depresión de los años 30, Frank Chambers (John Garfield), un hombre que vaga sin rumbo, empieza a trabajar en un bar de carretera, regentado por un hombre mayor y por Cora (Lana Turner), su joven, bella e infeliz esposa.
Cuando Jim Fletcher sale del estado de coma, descubre que será llevado ante un Tribunal Militar para ser sometido a un consejo de guerra por haber traicionado a sus compañeros en un campo de concentración japonés durante la Segunda Guerra Mundial.
Una trama paralela de secretos ocultos y una historia policial que termina por apoderarse del film, cuya franqueza temática fue objetada por la censura de varios países en el momento de su estreno.
Un detective privado, que casi vive en la miseria, descubre un día que lo están siguiendo. Tras acorralar a su perseguidor, averigua que actúa a las órdenes de un antiguo socio con el que acabó enemistado. Poco después se ve envuelto en un calculado plan de asesinato.
Un productor de Broadway contrata a una escritora. Cuando ella aparece muerta en su apartamento, todas las sospechas recaen sobre él.
De un momento a otro, la cara de Marina cambió. Como en una pesadilla kafkiana, un día alrededor de sus treinta años su rostro dejó de ser lo que era. ¿Quién es Marina ahora? A través de su historia, la película se sumerge en una indagación sobre el significado del rostro, núcleo de nuestra identidad y de cómo nos encontramos con los otros, ya sean humanos o no humanos.
Un oficinista decide “salvarse” quedándose con el dinero de los sueldos de la empresa para disfrutarlo a la salida de la cárcel, pero el sufrimiento de su familia y la desconfianza que le tiene a su hermano le harán planear una fuga.
Una mujer, en una distracción mientras conduce, atropella algo. Al cabo de unos días le cuenta a su marido que ha matado a alguien en la carretera.
Morir matando
Las leyendas –epigramas de resonancia míticas- que aparecen al comienzo de las películas de Melville funcionan como textos sagrados apócrifos: sentencias en la que las palabras parece revestirse a través de las escritura de una pureza que la oralidad no tiene, para revelarse finalmente tan ambigua como aquella.
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