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El 8 de marzo afirmamos el día internacional de la mujer trabajadora, un día en que nos tomamos tiempo para conmemorar la valentía y la determinación clave de las mujeres en la historia, a lo largo de territorios y comunidades. Mujeres sujetas a diversas corporalidades, de todos los continentes, a menudo separadas por fronteras nacionales y diferencias étnicas, lingüísticas, culturales, económicas y religiosas, políticas, nos unimos. No pensemos en un festejo, un elogio o una reverencia sino en un gesto de afirmación, empoderamiento, transformación y crecimiento dinámico, un impulso de lucha que cobra fuerza.

Corría el 8 de marzo de 1857, en un mundo industrializado, en expansión y turbulencia, un grupo de obreras textiles salía a las calles de Nueva York a protestar por las precarias y desiguales condiciones de trabajo. A partir de esa fecha, distintos movimientos se desataron. En 1910, durante la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Trabajadoras celebrada en Copenhague (Dinamarca) más de cien mujeres aprobaron declarar el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Transitando nuestro presente y de forma contraria a lo que emerge en el imaginario social y comercial, no se trata de un momento para recibir regalos, flores o felicitaciones por pertenecer a un determinado género. Esta fecha hunde sus raíces movedizas en un gesto: afianzar a las mujeres como artífices de la historia porque necesitamos herramientas para alinearnos y sintonizar con nuestro tiempo. Hacer oír nuestras voces para propiciar conversaciones, circular imágenes, abrir debates que construyan un pensamiento inclusivo y expansivo sobre los desfasajes en nuestras economías, las violencias ignoradas y reproducidas que amenazan tareas domésticas y de cuidado no remuneradas, situaciones de vulnerabilidad que organizan espacios, márgenes, conductas, valores y mandatos.

El mundo está en transformación, con implicaciones significativas para aceptar y repensar la diversidad de género. Al tiempo que avanza la creciente informalidad en el trabajo, la inestabilidad en las fuentes de ingresos, las nuevas políticas migratorias y comerciales, están emergiendo cambios culturales y sociales en torno a los modos de ver.

Afirmemos este día como catalizador, desencadenante de reacciones, reflexiones y encuentros. Porque si apoyamos el enfoque de género, se despabilan nuevos vínculos, nuevos lugares del sentir, maneras de relacionarnos, de estar en el mundo. Sabemos que subsisten fisuras, vulnerabilidades, tironeos, excluidxs. Comprendemos que el desfasaje proviene de la sensación de comprender algo, suponerlo asimilado, y sin embargo, no comprenderlo del todo. Para desmantelar antiguos esquemas de dominación se requiere de un proceso creativo inacabado, de reinvención constante, mediante ajustes, movimientos drásticos y gestos cuidadosos y pacientes, un constante flujo de metamorfosis degenerada.

Afirmemos este 8 de marzo para abrir los ojos, cambiar la mirada, hacer respetar nuestros cuerpos, nuestros hábitos, nuestros logros, nuestros derechos y afianzar nuestros lazos.

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Fernanda Alarcón. Es profesora de la materia Análisis de Películas y Crítica Cinematográfica dentro de la carrera que estudió, Licenciatura en Artes (UBA), desde 2011. Su experiencia docente está vinculada a la semiótica, la historia del arte y los estudios cinematográficos. Actualmente su área de investigación comprende los estudios visuales, la teoría feminista y los estudios queer.

Fiorella Talamo. Es Educadora de MALBA. Es Licenciada en Artes Visuales con orientación Escultura de la Universidad Nacional de las Artes (UNA). Estudia e investiga la temática de género y feminismos vinculados a las artes visuales. Participa de diversos proyectos de investigación de la UNA.

La segunda edición del taller Miradas Degeneradas. Desnaturalizar el género y las imágenes, coordinado por Alarcón y Talamo, tendrá lugar los lunes 8, 15, 22, 29 de mayo; 5 y 12 de junio, de 18:30 a 20:00.