Circunstancias, por Claudia Andujar
1944
A los trece años tuve el primer encuentro con los “marcados para morir”. Fue en Transilvania, Hungría, a fines de la Segunda Guerra. Mi padre, mi familia paterna, mis amigos de la escuela, todos iban con la estrella de David visible, amarilla, cosida a la ropa a la altura del pecho para identificarlos como “marcados”, para agredirlos, intimidarlos y luego deportarlos a los campos de exterminio. Algo terrible estaba por ocurrir, y se sentía en el aire.
En medio de aquel clima de perplejidad, Gyuri me invitó a dar un paseo por el parque. Fue una confesión de amor; sólo así puedo referirme a su deseo de que estuviéramos juntos. Lo hacíamos guiados por la intuición. Se trataba de un paseo sólo para poder decirme: “Vamos a la misma escuela. Me fijé en ti. Eres especial y bonita.”
Yo también lo buscaba por la calle, día tras día, siempre a la misma hora. Sabía que lo iba a ver pasar caminando. Siento la emoción apretándome la garganta. Aquel día de junio de 1944 decidimos encontrarnos y confesarnos lo que sentíamos. El chico judío estaba marcado con la estrella amarilla, el mogendovid. Tenía quince años, y yo, trece. Caminamos emocionados, sin hablar, mirándonos furtivamente.
Sabía que estaba ocurriendo algo importante. Era el nacimiento del amor. Sentía un hormigueo en la piel. Al final del paseo recibí un beso tímido y silencioso, que apenas tocó mi boca. Recuerdo que los labios me quedaron ardiendo durante horas. Uno nunca se olvida de un amor en circunstancias tan especiales.
Al mostrarme con Gyuri públicamente, sabía que estaba desafiando mi época.
Nunca más lo volví a ver. Durante años, guardé un retrato de él en el medallón que usaba colgado al cuello.
1980
Casi cuarenta años después, cuando ya vivía en el Brasil como fotógrafa comprometida con la cuestión indígena, acompañé a algunos médicos en expediciones de asistencia sanitaria. A partir de 1973, durante los años del “milagro brasilero”, el territorio Yanomami en la Amazonia brasilera fue invadido a causa de la apertura de una ruta.
Junto con la minería y la búsqueda de oro, diamantes y estaño, florecieron los sitios de explotación clandestinos y no tan clandestinos. Muchos indios se convirtieron en víctimas y quedaron marcados por aquellos tiempos oscuros.
Nuestro modesto grupo de salvación –apenas dos médicos y yo– se internó en la selva amazónica para comenzar a organizar el trabajo necesario en el área de salud. Una de mis actividades consistía en llevar el registro de las comunidades yanomami en unas fichas. Para eso, colgábamos al cuello de cada indio una placa con un número. Era un intento de salvarlos. Sin duda creamos una nueva identidad para ellos, desde un sistema ajeno a su cultura.
Mediante estas imágenes, hechas en aquella época, pretendo mostrar las circunstancias que rodearon aquel trabajo. No se trata de justificar la marca que colocamos en sus pechos, sino de explicitar que ese signo se refiere a un terreno sensible, ambiguo, que puede provocar consternación y dolor. El mismo dolor que sentí, por amor, al pisar el pasto del parque. El amor imposible con Gyuri.
Él murió en Auschwitz, en aquel mismo año de 1944.
2008
Es este sentimiento ambiguo lo que me lleva, sesenta años más tarde, a transformar el mero registro de los yanomami como “personas” –marcadas para vivir – en obra que cuestiona el método de rotular seres con cualquier fin.
Hoy veo este esfuerzo objetivo por ordenar e identificar a una población en riesgo de extinción como un trabajo en la frontera de una obra conceptual.
Claudia Andujar [nacida Claudine Hass], 2009.
El Instituto Inhotim inaugura
un pabellón permanente de Claudia Andújar
La muestra incluye un conjunto de obras de la serie Marcados, que podrá verse en MALBA entre el 4 de marzo y el 13 de junio de 2016.
La fotógrafa brasileña presenta su obra en MALBA en 2016