¿De dónde vienen las historias? Carlos Fuentes, Julio Cortázar y Clarice Lispector, a cargo de Valenzuela, comienza el lunes 22 de febrero.">
Sólo pecando parecería que el ser humano puede acercarse a Dios, porque el conocimiento que Dios pone a su alcance es un conocimiento prohibido; así al menos nos lo cuenta el Libro de los libros, a la vez que nos cuenta quién tendió el fruto a Adán y le dio de comer. Entre la tentadora y el tentado se repartió la culpa pero la marca queda, y ya sabemos cómo fue y sigue siendo distribuida la cosa:
A él se le permitirá la sed (de conocimiento), ella tendrá que pagar la culpa atendiendo los alimentos hasta en carne propia, y quedará fijada en lo que Kristeva llama “la serie feminidad-deseo-nutrición-abyección”.
Clarice Lispector, (nacida en Tcetchlnik, Ucrania, en 1925, y muerta en Rio de Janeiro en 1977), supo transitar dicha serie con toda libertad y todo dolor. Aunque transitar no es la palabra; más bien sumergirse, como una clavadista, hasta el fondo más hondo del lenguaje. Quizá porque el portugués de Brasil, con su ondulante fraseo, no era su lengua materna y pudo permitirse el lujo de internarse en él como en una tierra ignota y fascinante.
Tiempo atrás leí que un grupo de buceadores especialmente entrenados, entre los que había varias mujeres, logró por primera vez acercarse a los grandes peces de aguas profundas y nadar con ellos sin espantarlos, simplemente porque no llevaban equipo de oxígeno y parecían unos peces más. Esa es la sensación que se tiene leyendo a Lispector, como de alguien que en una hazaña casi inhumana –contener la respiración por largos minutos–, pudo nadar libremente allí donde otros se ahogan. Porque Lispector logró acercarse, temeraria, a los grandes peces ciegos del lenguaje, los muy escurridizos, espantadizos portadores del secreto.
Clarice Lispector definió su obra a partir de 1973 como “la hora de la basura”. Apreciación negativa o desconcertante en la podemos sospechar a la muy felina Lispector escarbando como gato en los tachos de desperdicio de aquello que se resiste a ser dicho. Pero la lucidez de la descomposición le viene de lejos. Diez años antes, en La pasión según GH, sus vías de conocimiento atravesaron la repugnancia.
La protagonista de La pasión casi no tiene nombre ni identidad propia. Es escultora, sí, pero la conocemos tan sólo por el monograma impreso en sus maletas, como la marca de alguien que está de paso por la vida. Ella es demasiado fina, demasiado distante, casi inconsecuente, y al comienzo de la novela la realidad para ella se limita a esperar a su hombre y asegurarse de que todo esté en orden en el apartamento, hasta en la habitación de servicio. Allí para su asombro todo está prístino, sólo que por la puerta entornada del ropero asoma una repugnante y enorme cucaracha tropical. Esta intrusión en el mundo aséptico en el que GH ha anidado para apartarse del verdadero mundo (el muy inmundo) la conmueve hasta el punto de hacerla volver sobre sus pasos y aplastar al insecto. Acto que, al cerrarle la puerta encima a la intrusa, le abre a la “asesina” las puertas insospechadas del conocimiento oscuro. Porque la vida late con intensidad en esa masa blanca de pulsación arcaica. Y ya GH no está más dentro de su propio cuerpo, es sombra de su sombra. El asco la ha transfigurado y no se detiene hasta no llevarse a los labios una partícula de ese “algo sin cualidad ni atributo, esa repugnante cosa viva sin nombre, ni sabor, ni olor”.
Comunión sagrada con lo más arcaico e innombrable de la naturaleza, ajena y propia. Cajas chinas de la metáfora, nesting de una autoexploración que no se amilana por nada: “La persona que se atreve a entrar en este secreto, al perder su vida individual, desorganiza el mundo humano”, amenaza GH, cuando en realidad lo que se le ha desorganizado es su propia humana coraza que la apartaba del mundo del instinto, el mundo del Secreto.
Tengo para mí que un tema paradigmático de cierta literatura producida por escritoras latinoamericanas podría definirse como un regodeo en el asco. Ajeno a las descripciones del cuerpo femenino y sus avatares propuestas por las críticas feministas francesas, esta noción hace referencia a una vía lateral de acceso al conocimiento atravesando miasmas, poluciones y pantanos de incuestionable función metafórica, visceral de introspección.
El regodeo en el asco respondería a algo que George Bataille define como “la mezcla de horror con fascinación suscitada entre nosotros por la descomposición. Esta creencia está detrás de una idea que una vez sostuvimos sobre la naturaleza como algo malo y vergonzoso: la putrefacción resume el mundo de donde venimos y al cual retornamos, y el horror y la vergüenza estaban vinculados tanto a nuestro nacimiento como a nuestra muerte”.
En sus últimos años, y quizá intuyendo la proximidad de la muerte, Lispector –de manera inconsciente– encontró un subterfugio para salvarse de la censura patriarcal. Y recurrió a un alter ego masculino para transmitir lo entrevisto en las profundidades, para hablar, desde su interior, de ese terreno anegadizo para las mujeres: el lenguaje, la palabra creativa. Encontró así un doble innominado, conocido tan sólo como El Autor, a veces despiadadamente sarcástico, como en La hora de la estrella:
“Quiero antes dar fe de que esa muchacha no se conoce sino a través de ir viviendo sin rumbo. Si cometiese la tontería de preguntarse ‘¿quién soy yo?’ caería extendida y de lleno en el suelo. Es que ‘¿quién soy yo?’ provoca necesidad. ¿Y cómo satisfacer la necesidad? Quien se indaga está incompleto.
La persona de la que voy a hablar es tan tonta que a veces les sonríe a los demás en la calle. Nadie responde a su sonrisa porque ni siquiera la miran. Volviendo a mí: lo que escribiré no puede ser absorbido por mentes que exijan demasiado y que estén ávidas de refinamientos. Pues lo que iré diciendo estará casi desnudo. Aunque tenga como telón de fondo —y ahora mismo— la penumbra atormentada que siempre hay en mis sueños cuando de noche, atormentado, duermo. Que no esperen, entonces, estrellas en lo que sigue: no habrá centelleos sino la materia opaca y, por su propia naturaleza, despreciable por todos. Es que a esta historia le falta la melodía cantabile. Por momentos su ritmo está descompasado. Y hay hechos. Me apasioné súbitamente por los hechos sin literatura: los hechos son piedras duras y actuar me está interesando más que pensar, de los hechos no hay cómo huir”.
Fragmento del texto publicado originalmente en el libro Escritura y secreto, Fondo de Cultura Económica de España, 2003.
El curso ¿De dónde vienen las historias? Carlos Fuentes, Julio Cortázar y Clarice Lispector, a cargo de Valenzuela, comienza el lunes 22 de febrero.
Curso
¿De dónde vienen las historias?
Carlos Fuentes, Julio Cortázar y Clarice Lispector
La pregunta surge cuando la escritura cobra vuelo, se va gestando como al dictado y los personajes en una obra de ficción cobran vida propia y aparecen nuevos e inesperados personajes que irán torciendo la trama para llevar a quien escribe hasta espacios desconocidos.
Por Luisa Valenzuela
Lunes 22, 29 de febrero, y 7 de marzo de 18:30 a 20:00. Auditorio