Diario
Literatura

Sagas contemporáneas
Por Márgara Averbach

Cuentos de Terramar, película del Studio Ghibli basada en las novelas de Ursula K. Le Guin.

Hay algo adictivo en las sagas, como lo hay en las series de televisión o de cine, y tiene que ver con volver una y otra y otra vez a un mundo que por alguna razón nos fascinó, sentir que uno lo va entendiendo de a poco, que lo escucha hablar. A mí me pasó con ciertas series, esas series que nos emocionan cuando vuelven en la siguiente temporada, después de un año, casi como un reencuentro con un amigo querido y ausente. Los mundos inventados que se construyen tanto con imágenes como con palabras necesitan tiempo para volverse sólidos, para entenderse a ellos mismos. A veces, una sola película, un solo libro no son suficientes. Supongo que fue por eso que una mañana, en una escuela, los chicos me pidieron una segunda parte para un libro que les había gustado mucho.

Yo no planifico lo que escribo. Eso me separa enormemente de algunos autores que también escriben sagas, entre otros, mi amiga, Liliana Bodoc. Ella siempre supo que su trilogía sobre los Confines iba a tener tres tomos; supo desde el principio qué se iba a contar en cada uno. Yo no puedo hacer eso. Cuando empecé a escribir Historia de los Cuatro Rumbos, no sabía que la historia iba a llevarme más de un libro. Empecé por una escena que viví en Brasil, en la ciudad de Vitoria, cuando me llevaron a visitar una Reservación Guaraní. En la Reservación entendí por fin profundamente la diferencia entre la visión del mundo de los pueblos de América (digo, los que estaban aquí mucho antes de que llegáramos los europeos) y los europeos. La conocía, claro, porque estudio las literaturas contemporáneas de los amerindios de los Estados Unidos pero no la había visto fuera de los libros. No así. Esas visiones del mundo entienden que somos parientes de la Naturaleza y, como son holísticas, entienden también que todo está relacionado con todo, desde el más pequeño de los microbios a nosotros; desde ese microbio al más enorme de los árboles. Cuando vi lo que vi en ese lugar, sentí que necesitaba escribir sobre un mundo en el que todos pensaran que no somos los dueños del planeta sino parte de él, una parte más solamente. Un mundo en el que se dejaban las ventanas abiertas para que entraran los pájaros.

Cuentos de Terramar, película del Studio Ghibli basada en las novelas de Ursula K. Le Guin.

Y entonces, elegí la fantasía (como traductora, me niego a llamarla “fantasy”) porque ese género me permitía inventarme un mundo nuevo, mío, para ver cómo funcionaría ese modo de pensar en una historia y adónde llevaría a quienes los sostuvieran. Hubiera podido escribir sobre los guaraníes o sobre los lakotas o los navajos pero eso habría sido éticamente horrible: no deben contarse las historias de un pueblo que la cultura del que escribe dominó y leyó muy erróneamente. Fantasía, entonces.

Una vez, en algún momento en que compartimos una mesa redonda o una presentación, Liliana Bodoc dijo algo interesante sobre la fantasía, algo que repito cada vez que puedo: que para entender esos mundos inventados que solamente existen en la mente de la persona que los crea, los lectores tienen que ser abiertos, pacientes. Tienen que saber esperar hasta que ese mundo desconocido se les revele en toda su plenitud. Es cierto. Sobre todo cuando la fantasía escapa a los clichés y se refunda en cada libro. Y aquí, lectores y escritor o escritora siguen un proceso paralelo: el mundo al que entraron se les hace cada vez más comprensible, cada vez más fácil de entender.

Hay lectores que dicen que no toleran la fantasía porque les cuesta mucho entrar en ella. Porque el referente no existe y hay palabras que no significan nada al comienzo (los nombres de los animales y de los personajes en mis mundos no significan nada hasta que significan). Dicen que eso los marea. Cuando se tiene curiosidad y la lectura de ese tipo de historia da placer (yo soy una ferviente defensora del gusto: si no hay placer, nada de esto vale; a mí nada que me digan va a hacerme cambiar de parecer sobre el terror, que no leo, no leí, no miro en el cine y al que no quiero acercarme), hace falta paciencia. Las sagas se abren despacio y es ese abrirse lo que más se disfruta. En una primera lectura, las sagas duran lo que duren los libros. Y está bien que así sea. En una segunda, tal vez todos los que las amamos, queremos “una más, una más”. Y después otra, por supuesto.

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Fragmentos extraídos del texto “Sagas contemporáneas: sensaciones sobre escribir/descubrir un mundo que se expande”, de Márgara Averbach. El curso Mujeres del género fantasía: Úrsula K. Le Guin, Liliana Bodoc y Bárbara Hambly comienza el lunes 11 de febrero. 

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