Ana Mendieta. Alma, silueta de fuego, 1975.
Actualmente, los discursos en torno al concepto de Antropoceno nos han introducido en el problema de la acción humana como fuerza y producción geológica. Si bien puede parecer un contrasentido intentar compatibilizar el anti-antropocentrismo y un concepto como el de Antropoceno, que parece implicar una superpotencia de lo humano, ello depende de la manera de comprender este concepto.
Más allá de su faz denuncialista, si hay algo interesante en este concepto es que parte de la idea de que el hombre no tiene acceso a la vista de conjunto del mundo como un planeta; lo único que podemos hacer para comprenderlo es sintetizar, interpretar y debatir sobre millones de datos que se registran por todas partes. La Tierra no es un objeto unitario y perceptible, [1] por eso son inútiles los llamamientos morales a tener más “conciencia ecológica”; es precisamente el Antropoceno lo que ha demostrado que la conciencia (ya sea individual o colectiva) es algo radicalmente insuficiente para comprender la escala de los fenómenos que nos preocupan. Aunque se pone a esta época el nombre “antropos”, irónicamente es cuando el hombre deviene una fuerza geológica y climatológica. Este (el hombre) se nos manifiesta no bajo una forma humana (y por eso comprensible para nosotros) sino como un dominio natural que no es de factura humana y que echa por tierra gran parte de nuestra racionalidad, comprensión y sentido de las relaciones causa-consecuencia. Así, el cambio climático es abordado muchas veces ignorando los diferentes niveles de complejidad que podrían explicarlo o se banaliza al amparo de una “moral verde” que se utiliza para postular un universo moral en base a la huella de carbono. El "fundamentalismo del carbono" deviene una estructura simplista pero comprehensiva de valoración moral que puede ser aplicada virtualmente a cualquier individuo o institución. [2]
Este debate nos obliga a pensar teniendo en cuenta aquello que en el ambiente carga con una memoria que excede el discurso sobre la sustentabilidad, sobre todo de la dimensión humana del problema. Consideramos que al recusar el operador conceptual naturaleza-cultura, la cuestión del paisaje no se aísla del problema ambiental pero tampoco se subordina a los dualismos antropocéntricos. Por el contrario, se abre así una vía de reflexión que apunta a explorar la agencialidad de todo lo existente más allá de la jerarquización antrópica. En esta tarea por venir, la técnica como tópico cruza el de la estética en relación con el tema del paisaje y el ambiente porque es precisamente una de las cuestiones que mejor se deja pensar cuando se explora el campo abierto por fuera del dualismo que solo parece reunir (y separar) una naturaleza autómata y una humanidad que se arroga de forma exclusiva la potencia de actuar.
En efecto, […] la cesión de la soberanía del artista se acompaña casi siempre por un uso político y lúdico de los medios técnicos y/o científicos que se encuentran disponibles en un momento y lugar determinados. Esto es algo que fuerza el desplazamiento respecto de versiones conservacionistas y neo-románticas del arte ambiental, y vuelve mucho más relevante el tipo de abordaje que caracteriza al conceptualismo latinoamericano: un arte que se piensa y actúa bajo la premisa de la intervención en procesos que exceden el espectro artístico; que se propone acciones que conjugan entidades multiespecíficas y apuntan a destacar lo que los materiales (incluidos los sistemas vivientes) pueden por sí mismos. Este especial anudamiento entre ciencia, arte y formas de existencia, humanas y no humanas, como vemos en las diversas intervenciones contemporáneas busca desplazar los límites disciplinares para construir dispositivos de acción territorial.
Aquí, la ciencia, y sobre todo el tipo de circulación de las imágenes y datos que las investigaciones científicas son capaces de proveer, adquieren un matiz propio. A diferencia de lo que la noción tradicional de conocimiento científico indica, la ciencia no es un modo de conocimiento que busca lo verdadero independientemente de las circunstancias en que la verdad es hallada, y cuyos objetos –verdaderos– se sostienen por sí mismos y en prescindencia de todo recurso a la autoridad o la fuerza. Las técnicas y tecnologías adoptadas en estas acciones interdisciplinarias (mapeos satelitales de las cuencas hídricas, cartografías de imágenes digitales, análisis químicos y clínicos de ejemplares vivientes, etc.) son desde siempre pensadas como instrumentos que deben ponerse en juego a pesar y sobre todo porque son las que “dominan al rival”, utilizando la metáfora de la guerra que Bruno Latour supo introducir a propósito del cambio climático. [3] Isabelle Stengers, por su parte, sugiere un abordaje farmacológico del arte y el conocimiento: todo lo que emerge de las dinámicas de creación de saberes, luchas y experiencias puede resultar tanto un veneno como un remedio (por eso, se retoma la acepción griega del pharmakon) y no se debe tomar corno punto de partida el carácter inofensivo y calculadamente inocente de los saberes y prácticas. [4]
Como sucedió en las distintas intervenciones de los conceptualismos argentinos, desde Arte de los Medios y Tucumán Arde en los 60 hasta las cartografías de los 90 y 2000, [5] se trata de tomar lo que se encuentra en circulación y profundizar los conflictos y ambigüedades que toda acción trae aparejada por esencia. En efecto, siendo imposible prever el complejo de consecuencias de una práctica o del proceso de producción de un saber, lo que se hace es encontrar una salida por abajo. ¿Será reapropiada por el capitalismo? ¿El empresariado lo usará como punta de lanza de un nuevo modo de extractivismo? ¿Será el puntapié inicial de un nuevo tipo de opresión y destrucción de formas de vida?
¿Qué significa esto? En primer lugar, no reemplazar la lucha política por una batalla moral, es decir, la necesidad de modificaciones y creaciones concretas por una enunciación de principios y buenas intenciones. En segundo lugar, significa que las prácticas resistentes no son enarboladas como banderas (simbólicas) desde un pedestal (que reproduce jerarquías) sino como lo que emerge de ciertos modos de existencia que pugnan por seguir conectados a este mundo (incluso y sobre todo si son capaces de cambiarlo en el ínterin). Por ello, ni "verdadera" ni "falsa", una práctica supone un modo de circular y de producir saberes; en suma, un modo de experimentar para resistir al estancamiento y extinción. En este sentido, el experimental, no se tiene como objetivo la estabilización y previsibilidad de una relación con el mundo, sino que se asume la peligrosidad y el aire malsano que respiramos, se parte de la constatación de una incertidumbre relativa al resultado (¿esto que haremos nos salvará o nos aplastará?) precisamente porque no se toma dicha incertidumbre como una objeción contra la experimentación.
De acuerdo a un tipo de experiencia que radicaliza el vector estético (por cuanto se apuntala en una sensibilidad: un repertorio de sensaciones inextricables respecto de corporalidades colectivas y prácticas difícilmente individualizables), en la experimentación farmacológica, arte, política y técnica parecen encontrarse de forma tal que en lugar de convertirse en antagonistas y por tanto, de competir entre sí en la batalla de las verdades. Se frotan como piedras para dar lugar al fuego que permite a ciertos modos de existencia insistir y desplegarse.
Notas
1. Th. Clark, Ecocriticism on the edge. The Anthropocene as a Threshold Concept, London/New York, Bloomsbury, 2015, p. 5.
2. Ídem, p. 9. Cfr. a modo de ejemplo la nota de El país, del 8 de abril de 2015 titulada, “El milagro de lnhotim”.
3. Cfr. B. Latour, Cara a cara con el planeta. Una nueva mirada sobre el cambio climático alejada de las posiciones apocalípticas, trad. A. Dillon, Buenos Aires, Siglo XXI, 2017, esp. pp. 21-55.
4. I. Stengers, En tiempos de catástrofes. Cómo resistir la barbarie que viene, trad. V. Goldstein, Buenos Aires, Futuro Anterior, 2017, p. 95 y siguientes.
5. Cfr. O Masotta, Revolución en el arte. Por-art, happenings y arte de los medios en la década del sesenta, Buenos Aires, Edhasa, 2004; R. Jacoby, El deseo nace del derrumbe: acciones, conceptos, escritos, Barcelona, La central, 2011, esp. Parte 1 y Parte 2, pp. 31-167; A. Longoni y M. Mestman, Del Di Tella a “Tucumán Arde”. Vanguardia artística y política en el 68 argentino, Buenos Aires, Eudeba, 2010; y GAC, Pensamientos, prácticas, acciones, Buenos Aires, Tinta Limón, 2009.
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Fragmento del texto “Paisaje y naturaleza desde una estética materialista posthumana”, Colectiva Materia (Noelia Billi, Guadalupe Lucero y Paula Fleisner). Publicado en: Camezzana, D. y Lorenzo, D. (Eds.), La Tierra NO Resistirá, La Plata, Casa Río Lab, 2020.
La ficción como categoría epistemológica nos interpela en relación con la verdad, con la posibilidad de existencia, con el orden de nuestros cuerpos en el mundo, con el valor de nuestras enunciaciones. La ficción sutura nuestros cuerpos y experiencias.
Mesa redonda
El lugar común
A partir del núcleo temático Habitar la tierra, que forma parte de la exposición Tercer ojo, esta mesa redonda propone pensar a la naturaleza como un lugar común, desplegando a su vez las distintas concepciones de “el otro” que han tenido lugar en la construcción del pensamiento colonizador.
Participan: Paula Fleisner y Noelia Billi (de la Colectiva Materia), Matheew Carrillo Marentes y Duen Sacchi
Miércoles 26 de octubre 14:30. Biblioteca