Cuenta la leyenda que cuando el cineasta Hugo Santiago vio por primera vez los grafismos de Mirtha Dermisache, dijo: “Acá nadie va a entender lo que estás haciendo. El único que lo puede entender es Borges, pero está ciego y no tenés ninguna posibilidad”.[1] Tiempo después, le mostró la maraña de hilos negros a Roland Barthes, que el 28 de marzo de 1971 escribió una carta entusiasta a la joven artista argentina, donde decía: “[…] quedé impresionado, no solamente por la gran calidad plástica de sus trazados (y esto no es indiferente) sino también, y sobre todo, por la extrema comprensión de problemas teóricos en relación con la escritura que supone su trabajo. Usted ha sabido producir un cierto número de formas, ni figurativas ni abstractas, pero que se podrían nombrar bajo el término de “escrituras ilegibles” –lo que significa proponer a sus lectores, no mensajes y ni siquiera formas contingentes de la expresión, sino la idea, la esencia de la escritura”.[2] A pesar de que en ese momento no sabía quién era Roland Barthes ni había leído nada de él, esta lectura fue un impulso fundamental para Dermisache, que confesaría luego: “fue tan importante que por primera vez alguien llamara escritura a mi trabajo, que por supuesto no pensé ni por un instante en otra cosa”.[3]
A los elogios de Barthes se suman los de Edgardo Cozarinsky, Arturo Carrera, César Aira, Héctor Libertella, Oscar Massota y Jorge Santiago Perednik, entre tantos otros. Pero a pesar de la aclamación unánime de la crítica, de haber participado junto a Barthes y a Christian Dotremont en el monográfico “Grafías” (no 2) de la revista Luna Park, o de haber expuesto, por ejemplo, en el Centro Georges Pompidou, la obra de Dermisache sigue siendo –o lo era al menos para mí hasta hace poco– un secreto bien guardado. Tal vez por encontrarse a caballo entre escritura y semántica, o entre las artes plásticas y la inscripción gráfica; por proponer textos que no son textos, por rehuir a las entrevistas y cultivar con fervor el anonimato: “no importa quién hizo esa obra. […] No es necesario andar etiquetando, saber quién lo hizo, y a qué época perteneció. Yo sé que es importante el contexto, pero mi postura es así”.[4] Lo cierto es que sus “grafismos” resultan tan inclasificables como enigmáticos; sin ser estrictamente literaria, su obra entabla un diálogo permanente con lo escrito, al tiempo que revisita y reactualiza problemas en torno a nociones como autor, legibilidad, recepción, circulación, y hasta la misma noción de obra.
Sin la virulencia de muchas vanguardias históricas, pero también sin concesiones, la obra de Dermisache es el resultado de una actitud a la vez radical y provocadora, que busca desacralizar, cuestionar, reordenar. Cambiantes, revocables, modulables, sus textos sin letras se asientan en soportes desarmables y transformables, en hojas que diseñan una escritura cifrada y enigmática, que pueden leerse al derecho o al revés, y de adelante hacia atrás. Y viceversa. Qué mejor manera, entonces, para abordar estos alfabetos impredecibles, que un repaso anárquico y desordenado, una aproximación a través de diez fragmentos reversibles que, a modo de homenaje póstumo y paradójico, partirán de cada una de las letras de su apellido para instalar en el centro, una y otra vez, el nudo de la cuestión: “Es un producto, lo quiero independiente de mi persona”.[5]
Notas
[1] Annalisa Rimmaudo y Giulia Lamoni, “Entrevista a Mirtha Dermisache”, Mirtha Dermisache. Publicaciones y dispositivos editoriales, Buenos Aires, Pontificia Universidad Católica Argentina, Pabellón de las Artes, [Educa], junio 2011, p. 8.
[2] “Fragment d’une lettre de Roland Barthes adressée à Mirtha Dermisache le 28 mars 1971”, Cahier du refuge, CipM, Marseille, septembre 2004, p. 11 (la traducción es mía).
[3] “Entrevista a Mirtha Dermisache, por Annalisa Rimmaudo y Giulia Lamoni”, in Mirtha Dermisache. Publicaciones y dispositivos editoriales, op. cit., p. 8.
[4] Ibidem, p. 15.
[5] Citado por Edgardo Cozarinsky, “Un grado cero de la escritura”, in Panorama, Buenos Aires, año VII, n° 156, 21-27 de abril de 1970, p. 5.
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Mariana Di Ció es profesora titular de literatura latinoamericana en la Universidad de Paris III-Sorbonne Nouvelle.
Parte de la muestra Porque ¡yo escribo!
Los conceptualismos trabajaron para deshacerse de soportes tradicionales, convertir las acciones artísticas en eventos efímeros, y multiplicar los espacios de circulación del arte. Nuevos soportes se convirtieron entonces en portadores de estos proyectos: libros y revistas fueron algunos de los nuevos formatos que materializaron las prácticas.
Inauguración: jueves 10 de agosto, 19:00
Curador Agustín Pérez Rubio
Sala 3, Nivel 1
La exposición se centra en la producción de la artista argentina Mirtha Dermisache (Buenos Aires, 1940-2012), desde su primer libro realizado en 1967 hasta sus últimas producciones en los años 2000.
Archivos
Mirtha Dermisache
Simulación e invención
Al acercarnos al legado de Mirtha Dermisache vemos que, en los primeros trabajos, sobre todo en su primer libro importante –dividido en lo que ahora se conoce como Libro No 1, 1967 y un fajo de hojas sueltas que se encuentran en el Archivo– y en sus primeros textos, hay mucha vitalidad: diferentes colores, líneas curvas, expresiones que, dentro del formato escritural, no son tan rigurosas y podrían, quizá, todavía ser asociadas al dibujo.
Por Agustín Pérez Rubio