Por primera vez llega a la Argentina una selección de más de 80 obras de este artista clave de la modernidad brasilera, dentro de una exposición producida con la ayuda de la Sociedad para la Catalogación de la Obra de Alfredo Volpi, activa desde 1993, que ha examinado, catalogado y fotografiado 1.300 obras del artista.
Antes de convertirse en pintor de caballete, Alfredo Volpi (1896-1988) fue pintor-decorador, tal como denominaba a los profesionales que ejecutaban los adornos en las paredes de las casas. De familia humilde, comenzó pintando murales decorativos, luego trabajó con óleo sobre madera y su obra más significativa la realizó en témpera, artesanalmente, mezclando pigmentos y haciendo a mano sus marcos. Pintor sereno, realizó variaciones de un mismo tema, estudios sobre color y forma en piezas aparentemente similares entre sí, con el énfasis puesto en el proceso gradual de su obra pictórica.
Según el curador Olívio Tavares de Araújo, la obra de Volpi “nace figurativa, se vuelve abstracta, otra vez figurativa, pero pasando a concebir de otro modo la misma figuración”. A su modo, aborda todos los temas tradicionales de la pintura: la figura humana, la marina, el bodegón, el paisaje –“siendo que las fachadas e incluso las banderitas son evidentemente reinvenciones, radicalizaciones poéticas del paisaje”-; sin embargo, no se sujeta a la mera narrativa temática. En los comienzos, se asemeja a los pintores a la antigua, cargando caballetes y tintas para ir a trabajar al aire libre. Pero su pintura termina como puro producto mental, como un ejercicio disciplinado y silencioso.
En la exposición que presenta Malba -exhibida en São Paulo a comienzos de 2006- se incluyen obras que van desde los inicios de la década del 40, con su serie temprana en óleo sobre tela, sobre paisajes y marinas de Itanhaém, un pueblo de mar en São Paulo. En témpera sobre tela, se pueden disfrutar sus trabajos sobre motivos religiosos y populares como las madonas, cristos, figuras de niños, jovencitas y mujeres de pueblo. Luego aparece su serie de caseríos y fachadas de época coloridas que lo llevarán a la abstracción geométrica de su fase llamada concreta, de los años 50.
Asimismo, en la muestra hay obras de su famosa serie de banderitas de fines de los años 50, en la cual simples referencias del mundo real serán sólo pretextos para organizar el espacio compositivo en su obra, que lo encaminará a la síntesis final de los años 70.
Una exposición organizada por el Museu de Arte Moderna de São Paulo (MAM).
(Lucca, Italia, 1896 - São Paulo, Brasil, 1988) Es uno de los artistas brasileños más importantes de este siglo. Llegó con sus padres a Brasil cuando tenía dos años. Se trata de un pintor original que inventó en solitario su propio lenguaje.
Fue educado en italiano y tuvo poca escolaridad. Inmigrante humilde, luchaba arduamente por ganarse la vida. Era un simple obrero, un pintor y decorador de paredes, que pintaba los ornamentos murales, frisos y florones de los salones de los palacetes de la época. La trayectoria de Volpi fue desde siempre independiente de cualquier movimiento, corriente o ideología.
En 1914 se decide a pintar: sus primeras obras combinan el estilo neoimpresionista con el realismo social, tanto en escenas de género como en paisajes figurativos. No tomó conocimiento de la Semana de Arte Moderno de 1922, en el Teatro Municipal de São Paulo, pero asistió en 1926 a la conferencia del poeta Marinetti, teórico del futurismo, en el mismo lugar.
En la década del 30, su pintura adquiere un sabor claramente popular. Participa de exposiciones sin mayor importancia hasta principios de la década de 1930. En 1935, se vincula a otros artistas, conformando el “Grupo Santa Helena”, pero no tenían realmente un perfil de grupo articulado.
Los 40 marcan la decisiva evolución de Volpi hacia un arte no representativo, no mimético, independiente de la realidad contemplada. Es a partir de aquí cuando su estilo da un giro orientado a la esquematización y a la composición a partir de elementos verticales y horizontales inclinados. Recién en esta etapa, Volpi comienza a introducirse en el circuito más prestigioso, relacionado con los modernistas.
En 1951, también con la venta de una serie de telas todavía por pintar, el artista hace su único viaje a Europa en el cual, más que interesarse por el arte contemporáneo, se dedica a la pintura italiana de los siglos XIII a XVI. Al regreso de su viaje, supone el abandono absoluto de lo figurativo, situándose en las puertas de la abstracción geométrica. Influido por el arte concreto, se sirve de diferentes esquemas geométricos que somete a múltiples variaciones para explorar las propiedades ópticas del color.
Después del premio en la II Bienal de de São Paulo, en 1954, Volpi se vuelve una presencia obligatoria en los principales certámenes del país –salones, bienales, grandes exposiciones y muestras por invitación–. Trabajaba con extrema regularidad y producía mucho. Realizó muestras individuales en Río y en São Paulo entre 1946 y 1980. Integró cuatro representaciones brasileñas a la Bienal de Venecia, en 1950, 1954, 1962 y 1964. Y en 1961 mereció una Sala Especial en la Bienal de São Paulo.
Se hicieron retrospectivas de su obra en 1957 y 1972 en el Museo de Arte Moderno de Rio de Janeiro; en 1975 en el Museo de Arte Moderno de São Paulo; en 1976 en el Museo de Arte Contemporáneo de Campinas; y en 1986 y 2006, otra vez en el Museo de Arte Moderno de São Paulo.
Volpi murió en mayo de 1988, en São Paulo, poco después de cumplir 92 años.
Al contrario de la gran mayoría de los pintores brasileños –que dieron lo mejor de sí a comienzos de sus carreras-, Volpi fue un artista tardío. Recién a fines de la década de 1930, algunas marinas empiezan a anunciar al gran maestro. Y es recién en el ‘44, casi con cincuenta años, que realiza su primera exposición individual, en un local alquilado en el centro viejo de São Pablo; obtiene gran éxito entre la intelectualidad y la crítica, y vende todas las obras.
Si bien por su edad podría haber participado de la Semana de Arte Moderno de 1922, la diferencia social impidió que Volpi se vinculara a los modernos. Éstos eran intelectuales y provenían de la élite económica, mientras que él era un inmigrante italiano, un obrero de la construcción civil.
Volpi no poseía modelos artísticos excepto, eventualmente, los de sus ancestros europeos: Giotto, el quattrocento, el Renacimiento italiano. Tuvo que ir descubriendo e inventando todo por sí mismo. En este sentido, la modernidad de su obra madura resultó, más bien, de una evolución interna dentro de su propio lenguaje, que de influencias recibidas.
La pintura de Volpi da un salto a mediados de los 30: impresiona por sus cualidades específicamente pictóricas, por la extrema sutileza del colorido, por los gestos decididos y al mismo tiempo delicados que conducen el pincel. Es aquí cuando realiza sus primeros grandes cuadros (pequeños aún en lo que se refiere a tamaño). Empieza por las marinas de la costa de Sao Paulo, colores delicados, cielos y mares, olas y nubes rápidamente trazadas, y pronto las concentra en Itanhaém, un pueblito de mar.
En 1935, se vincula a otros artistas de origen inmigrante que, como él, no poseían un ideario estético ni pretendían crear un movimiento. Admiraban el oficio y su meta era el perfeccionamiento técnico. Alquilaron un local en el Edificio Santa Helena y rápidamente se transformó en punto de encuentro y trabajo colectivo. Se formó, entonces, el Grupo Santa Helena, primer núcleo de artistas proletarios en São Paulo.
Volpi pasa a trabajar aquí con la imaginación, en su estudio, y crea escenas marítimas y paisajes cada vez más desnudos, que se acaban transformando en construcciones nítidamente geométricas - las llamadas "fachadas"-. “Es como si el artista –escribe el curador- rehiciese solo, por sí mismo, todo el camino histórico de la primera modernidad, de Cézanne a Mondrian. Su lenguaje no se parece al de estos maestros, pero los propósitos son los mismos: liberarse de la narrativa y construir una realidad pictórica autónoma del cuadro. Cada lienzo, en esta época, parece salir exactamente del anterior, en un proceso continuo y lineal. A través de esos paisajes, que en el paso a los años cincuenta se transforman en fachadas, Volpi llega, en 1956, a la pintura abstracta geométrica.”
Hasta mediados de la década de 1950, Volpi va geometrizando las formas, se desvincula cada vez más de los elementos narrativos y se acerca al arte abstracto. Su paso a éste se acelera con el entonces naciente movimiento de arte concreto. Los concretos son los que van a su casa, en busca del aval del prestigioso pintor ya maduro, y él acepta exponer con ellos. Pero es un vínculo que dura poco. Como señala Araújo, el proyecto extremadamente intelectualizado de los concretos –proponiendo el arte como producto y no como expresión– chocaba por completo con los fundamentos existenciales de la pintura de Volpi, así como con su conciencia obrera. Él siguió siendo un artesano hasta su muerte. Serruchaba los listones y construía los bastidores; estiraba y preparaba las telas; molía tierras para fabricar pigmentos; fabricaba el solvente para su témpera al huevo, usando la cáscara de éstos como medida; enmarcaba con listones de madera el cuadro listo. En plena etapa concreta, se rehusaba a recurrir a la regla y al compás para trazar rectas y curvas perfectas. Supo aprovechar la incursión por el arte concreto, pero no siguió ninguno de sus preceptos. Ya hacia fines de los 50 marchaba por una síntesis extremadamente personal, con la invención de un lenguaje constructivista de naturaleza abstracta, si bien reconectado con su pasado figurativo. Es en esta época cuando las famosas banderitas se convierten en su marca registrada, combinando elementos figurativos y abstractos.
La pintura de Volpi refleja su compromiso con un lugar específico –São Paulo- y el interés del artista por la cultura y las costumbres de su país. Su relación con Brasil no pasaba por el filtro de una contemplación intelectualizada; provenía de sus auténticas raíces y vivencias populares.