Una exposición que por primera vez revela al público la figura de Alfredo Guttero en su doble dimensión de pintor y protagonista central en el armado del campo artístico local, durante las primeras décadas del siglo XX.
La exposición se divide en dos partes. La primera reúne una selección de 40 obras realizadas por Guttero entre 1912 y 1932. Se trata de un conjunto de óleos y yesos cocidos que muestran los diferentes momentos de su trabajo, desarrollado tanto en la Argentina como en Europa, e incluyen múltiples temas: el retrato, el desnudo, las composiciones alegóricas, los paisajes urbanos y los temas religiosos.
La segunda parte busca reconstruir los aportes de Guttero como actor cultural a través de textos, revistas, postales, catálogos y un selecto conjunto de obras de otros veinte artistas que participaron de sus propuestas e iniciativas, tales como, Raquel Forner, Víctor Cunsolo, Lino Spilimbergo, Luis Falcini, Alfredo Bigatti, Pedro Figari, Xul Solar, Rafael Barradas, Miguel Victorica, Norah Borges y Horacio Coppola.
Dos ejes centrales de la presencia de Guttero en Buenos Aires –que se ven reflejados en esta exposición- fueron, por un lado, su relación con el nuevo coleccionismo de clase media porteño y, por otro, su polémica con otro protagonista “moderno”: Antonio Berni.
Uno de los cambios más relevantes de los años veinte fue el surgimiento de una clase media culta, profesional e independiente, que comenzó a consumir en el mercado artístico, interesándose por la pintura moderna, un ámbito del cual formaba parte Guttero así como también Figari, Victorica y Cunsolo.
Este movimiento coleccionista impulsó la creación de un espacio alternativo de circulación y difusión del arte local, liderado en sus comienzos por Atilio Larco y Constancio Fiorito.
Por otra parte, es importante destacar las disputas de la época al interior del grupo de artistas modernos. Aún cuando todos ellos se oponían al arte “oficial”, buscando anular los circuitos tradicionales de exhibición y proponer una nueva relación entre arte y público con nuevos temas y estilos -rompiendo así con la hegemonía del centro y con las pautas clásicas del consumo artístico porteño-, entre los mismos “renovadores” aparecieron diferentes posturas.
Antonio Berni, por ejemplo, acusaba al grupo nucleado alrededor de Guttero de ser artistas burgueses y reaccionarios, en oposición a su sector que representaría a “los artistas militantes de la revolución”. En este marco, Patricia Artundo ha propuesto la lectura de la obra Oda, de Guttero (1932) como una “respuesta pública” a la pieza Susana y el viejo, presentada por Berni unos meses antes en Amigos del Arte.
“Alfredo Guttero cerró una década que había estado marcada por la irrupción, desenvolvimiento y expansión de los movimientos de renovación artística y obligó con su acción a una redefinición de los criterios de homologación y a la convalidación de la existencia del movimiento moderno en nuestro país”, sugiere Artundo.
Guttero viajó a Europa en 1904 y regresó a la Argentina veintitrés años después, en septiembre de 1927. Durante ese tiempo, además de continuar con su trabajo realizando pinturas y yesos cocidos, mantuvo contactos permanentes con nuestro país: intercambio epistolar con su amigo Luis Falcini; participación en los salones oficiales de 1912, 1915, 1917 y 1919 y en el Salón Nacional de Artes Decorativas de 1918; apoyo público a los reclamos por la renovación de las instituciones culturales del Estado; contacto con colegas para conocer el desarrollo artístico argentino y difusión de sus piezas a través de críticas en revistas locales tales como Martín Fierro.
Asimismo, mientras residió en Europa, Guttero presentó exposiciones individuales en galerías alemanas e italianas y participó en diferentes muestras colectivas, además de ser cofundador de la Asociación de Artistas Argentinos en Europa en 1917. Dos años después firmó un petitorio dirigido al presidente Hipólito Irigoyen para la reorganización de la Comisión Nacional de Bellas Artes.
Cuando llegó a Buenos Aires para inaugurar su primera muestra individual en el país, Guttero tenía la intención de quedarse poco tiempo, ya que finalmente había instalado su taller en Italia. Sin embargo, decidió establecerse aquí y se alineó junto a quienes buscaban de modos distintos, poner al día las artes plásticas. Al poco tiempo participó de la Feria del Boliche de Arte que dirigía Leonardo Estarico, donde estaban representados muchos de los que serían sus futuros compañeros: Raquel Forner, Emilio Pettoruti, Antonio Sibellino, Xul Solar, Aquiles Badi, Juan Del Prete y Antonio Ballester Peña, entre otros. Inmediatamente, la crítica lo ubicó como un artista de “vanguardia”.
Ya instalado, Guttero se convirtió en uno de los referentes fundamentales del medio cultural local, ligado a la renovación artística, y en abierta oposición a las instituciones oficiales, con una postura crítica de los mecanismos instituidos de distribución, promoción, consagración y consumo artístico. Organizó exposiciones de otros pintores y escultores; promovió proyectos editoriales; planificó un programa de cultura para los barrios de la ciudad de Buenos Aires; formó parte de la Agrupación de Artistas “Camuatí” y de su revista, fue asesor de Amigos del Arte y dirigió la sala de la Asociación Wagneriana; sostuvo una circulación múltiple enviando obras a los salones oficiales de Buenos Aires, La Plata, Rosario, Santa Fe y Paraná, donde obtuvo premios y reconocimientos; alentó la circulación de exposiciones entre Buenos Aires y Montevideo e insistió sobre la necesidad de ampliar las relaciones con Brasil. En 1929 creó el Nuevo Salón que, en sus distintas variantes como Salón de Pintores Modernos, inauguró regularmente hasta 1931, y en 1932 fue uno de los fundadores de los Cursos Libres de Arte Plástico. Entre sus actividades, Guttero también apoyó proyectos como la colección de postales de arte argentino editada por Amigos del Arte y la publicación de la monografía sobre Pedro Figari escrita por Jorge Luis Borges. Además, durante su estancia en Buenos Aires, el artista recibió numerosos premios tales como el de 1929 en el Salón Nacional y el que logró dos años después con su trabajo Anunciación en la First Baltimore Pan-American Exhibition (Estados Unidos). Esta obra luego fue donada al Museo Nacional de Bellas Artes.