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Uno de sus protagonistas es un ladrón pero el film no intenta ser un retrato de la marginalidad. Tampoco es una historia de amor en el sentido convencional, aunque el ladrón arriesga su libertad por una mujer. Es, en cambio, un film sobre la posibilidad de la empatía en un contexto improbable, cuya nobleza surge del viejo y querido humanismo tan fuera de escuadra en los tiempos que corren. Lo que hace David con el relato es renovar el gesto ético fundacional del neorrealismo, eso que Fernando Birri llamaba “dar vuelta el periscopio”: mirar lo que no se mira, mirar al que no se mira. Una situación lateral con un perrito maltrecho sugiere, sin una palabra, que no siempre sabemos mirar a tiempo. Apoyándose como pocos artistas de su generación en una extraordinaria solvencia de los recursos clásicos principales (sonido, música, fotografía, montaje), David narra el encuentro del título no sólo como la unión azarosa de dos personas sino como la confluencia de dos puntos de vista. Dicho sea de paso, Esta fue la película que descubrió para el cine a Peretti, que hasta entonces sólo había hecho televisión. Texto de Fernando M. Peña.

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