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Veinte años después del estreno de M de Fritz Lang, su productor Seymour Nebenzal, emigrado a Estados Unidos a causa del nazismo, decidió hacer una remake y se la encomendó a Joseph Losey. Entre ambos llenaron el film de artistas proscriptos por la caza de brujas anticomunista, incluyendo al escritor Waldo Salt, el diseñador John Hubley, los actores Luther Adler y Howard Da Silva. Ese hecho y el carácter mítico del original hicieron que este nuevo M pronto pasara a ser un film maldito, con los años casi imposible de ver. Su recuperación es reciente y permite comprobar que, en líneas generales, Losey se atuvo muy estrechamente al original (aunque ni Lang ni la autora Thea von Harbou figuren en los créditos) y se limitó a “americanizarlo”. Entre las variantes más importantes hay que citar las características de la comunidad criminal organizada, la incidencia de las locaciones reales utilizadas (como el edificio Bradbury en Los Angeles), las motivaciones psicológicas del asesino y el agregado de ciertos detalles elocuentes y originales, como el automóvil convertible del final o el reemplazo del famoso silbido por una flauta, que inevitablemente evoca la historia de Hamelin.