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Tras adaptar su propia obra teatral en su ópera prima El juego de la silla (2002), la actriz, autora y realizadora Ana Katz cambió radicalmente de estilo en su segundo film. No hay una trama lineal sino apenas una situación (la separación de una pareja en viaje al mar) que ubica a la protagonista expectante y perpleja en un contexto que le es ajeno. Lo que sigue tiene un encanto difícil de explicar, como no sea por la calidez humana con que Katz (y su coguionista Inés Bortagaray) concibe y desarrolla su personaje. En esa calidez está cifrado también el abundante humor del film, que fluye con naturalidad de réplicas y situaciones. Dicho así parece bastante abstracto, pero visto es otra cosa porque Katz pone todos los recursos del cine para darle peso y volumen al relato mediante la expresividad de los primeros planos, el uso del paisaje, el ambiente sonoro y hasta la elección de una paleta de colores despojada, “otoñal”. Al final, cuando la protagonista sale de su ensimismamiento y se mete al agua, cerca de sus afectos, se tiene la impresión catártica de un relato épico, tal es la intensidad que Katz consigue sumando detalles con tanta amorosa atención. Texto de Fernando M. Peña.

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