El spaghetti se animó a cualquier cosa así que Shakespeare era sólo cuestión de tiempo. Un joven oficial recién vuelto de la guerra civil encarna los dilemas del príncipe danés, con fantasma y todo.
Esta es una excepción feliz en la poco grata historia de las adaptaciones de historietas al cine. Buena parte de la calidad de resultado se debe a que fue realizado por Morris, el propio creador de la tira, en colaboración con René Goscinny, que fue su mejor guionista.
Junto con LA CASA DEL SOL NACIENTE, es el mejor film de su autor. Cada escena, cada plano de este western salvaje y brutal filmado en blanco y negro y en Cinemascope en menos de diez días muestra una gran riqueza de invención.
El tal Noon es un pistolero con amnesia y por eso no sabe quiénes son sus enemigos y quienes sus amigos, ni tampoco su propia identidad.
La falta de presupuesto hizo que Lewis optara por sacar partido formal de la austeridad y planteara casi todas las conversaciones en planos-secuencia, con movimientos de cámara breves y cuidadosamente calculados.
Un film devastador, que en tema y puesta en escena se adelantó varios años a su tiempo y se mantiene vigente.
Despreciado por todos a causa de un equívoco, el oficial Peck emprende una misión suicida con un heterogéneo grupo de soldados.
La premisa es semejante a la de la mayoría de los westerns de Anthony Mann: un hombre (Randolph Scott) llega a un pueblo buscando vengarse de otro (John Carroll), a causa de cierta acción innombrable cometida en el pasado.
Al hombre le han dicho que hoy llega un sacerdote en la diligencia y él está dispuesto a usar su revólver para garantizar que el pueblo siga pagano.
Muchos films norteamericanos producidos durante la primera guerra mundial se animaron a insólitos extremos de perversidad y violencia para representar la villanía germana.
El barranco del diablo
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