Sobre un guión original del dramaturgo Samuel Eichelbaum, la mujer del título comete un crimen espantoso y se encierra en la casa materna mientras sus perseguidores estrechan su búsqueda en el barrio. En ese confinamiento forzoso, la protagonista se pone al día con otras deudas, en este caso de orden emocional.
Es imposible saber si son doce las mujeres del título. Lo que importa es que son jóvenes, son muchas y son alumnas de un internado para señoritas que dirige enfáticamente Olinda Bozán. El film describe la vida cotidiana de ese grupo en una serie de episodios alternativamente cómicos y emotivos.
En tiempos de guerra, el brillante físico estadounidense Julius Robert Oppenheimer, al frente del Proyecto Manhattan, lidera los ensayos nucleares para construir la bomba atómica para su país.
Agatha (74) y Leónidas (36) mantienen una relación madre-hijo un tanto absorbente. De un día para otro, Agatha despierta en un cuerpo de niña: es ella, pero con siete años de edad.
Agatha (74) y Leónidas (36) mantienen una relación madre-hijo un tanto absorbente: Agatha nunca volvió a enamorarse y Leónidas no se anima a construir una vida fuera de las puertas de la casa familiar.
De un día para otro, Agatha despierta en un cuerpo de niña: es ella, pero con siete años de edad.
Esta es una aproximación a la figura de Fernando Martín Peña, personaje central de la cinefilia argentina, pero es también una película sobre el cine, sobre un movimiento trascendental en su historia, sus espacios y rituales.
La historia de Richard Matheson -sobre un hombre expuesto a la radiación atómica que se achica hasta desaparecer en el infinito- dio lugar a una de las mejores y más sutiles películas fantásticas jamás filmadas.
Carne sobre carne se confirma como un registro de la pasión: la de Bó por el cine, la de Sarli por su mentor, la de Curubeto por su diosa y la de gente como Octavio Fabiano o Fernando Martín Peña por rescatar a la memoria cinematográfica del polvo.
Historia de una noche
La adaptación (del Saslavsky en colaboración con Carlos Adén, seudónimo de Luis de Elizalde) trasladó con astucia un tema de Leo Perutz a un pueblo del interior argentino, que podría ser cualquiera, y que el director santafesino enriqueció con apuntes de su propia experiencia.
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