La adaptación de una novela clásica checa de Bohumil Hrabal mezcla el orgullo de ser empleado ferroviario de un joven aún virgen, la llegada de los nazis, y la traumática iniciación sexual.
Una de las ventajas de ubicar una comedia de enredos en la costa de Florida es que se puede tener a Tony Curtis vestido no sólo de mujer sino también de millonario capitán de un bote y dueño de Shell Oil.
Terciopelo azul es la exposición en bruto de una nueva forma de hacer cine, con mayor libertad creativa y una opulencia visual que rescata la experiencia de Lynch con la pintura, con citas a Salvador Dalí, Francis Bacon y al arte pop.
Una muchacha se ve dominada por opresivos temores que le impiden consumar su matrimonio, no obstante lo cual es capaz de celar a su marido hasta la locura. Hay una vaga referencia en el film a mitos y horrores ancestrales, pero la base de su trama es exclusivamente psicológica.
Se mezclan la muerte accidental de una niña (secuencia inicial maestra), la culpa abrumadora, la visita a Venecia de la pareja que forman Donald Sutherland y Julie Christie (ambos en pleno esplendor de su glamour), una anciana ciega y vidente, y una de las mejores escenas de sexo del cine.
Prisioneros de una noche
En el transcurso de un día y una noche, Martín y Elsa se conocen e inician una relación que se ve inmediatamente amenazada, en parte por temores de ella y en parte por un hombre que la codicia. Kohon inserta a sus protagonistas en una Buenos Aires reconocible pero desmitificada gracias al expresivo uso de locaciones deslucidas.
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