Un niño obsesionado por ir a Teherán a ver un partido de fútbol empieza a juntar dinero como puede. Tiene que escabullirse del control de su familia y el colegio. (En un pasaje bellísimo, el niño oficia de fotógrafo escolar con una cámara que no funciona. Por cada foto posa un alumno de la escuela, incluso algunas madres. Kiarostami destituye parcialmente la inocencia para convertirla en expresión poética). Como ocurriría tres décadas después con Offside, de Jafar Panahi, discípulo de Kiarostami, el fútbol y el deseo de un niño por entrar a la cancha funcionan indirectamente como un espejo en el que se refleja la incompatibilidad e inconmensurabilidad entre el mundo adulto y el de la niñez. La cámara, como en ¿DÓNDE ESTÁ LA CASA DE MI AMIGO?, se mantiene irrestrictamente a la altura del niño que sostiene el relato. Es una perspectiva, una premisa ética y estética. Y también un análisis político: la niñez no es una institución, es más bien una forma que se institucionaliza. Todo lo que sucede mientras espera el inicio del partido es extraordinario, porque se intensifica el estado de observación del protagonista, no menos que las dos secuencias oníricas en las que imagina las posibles puniciones que le espera. Tan magistral es esta pieza temprana que tiene la delicadeza de ocultar su perfección. Texto de Roger Koza.
EL VIAJERO, (Mossafer, Irán-1974) de Abbas Kiarostami c/ Hassan Darabi, Pare Gol Atashjameh, Masud Zandbegleh,Mostafa Tari, 83’