El sueño de la Malinche (1939), de Antonio Ruiz, “el Corcito”, es una obra muy pequeña, del tamaño de un retablo tradicional. En ella se mezclan el realismo social, el indigenismo, el realismo mágico y el surrealismo; está repleta de simbolismos y detalles en torno a la identidad mexicana. La pintura muestra a una mujer dormida: su cuerpo aparece como una tierra en la que se gesta un escenario rural coronado por una iglesia colonial española. Estos elementos arquitectónicos y naturales están inspirados en la ciudad de Cholula, considerada la más antigua de América.
En Cholula tuvo lugar una gran matanza de indígenas a manos de los españoles. De no ser por Malinali –Marina, la Malinche, intérprete, consejera y concubina de Hernán Cortés– quien le advirtió al español que lo esperaban en ese sitio para emboscarlo, la historia probablemente hubiera sido la opuesta. La idea de la traición de Malinche se vincula con este hecho, ya que esta batalla resultó decisiva para la Conquista.
Octavio Paz, entre otros, ha criticado esta idea de traición originaria y constitutiva de la cultura mexicana moderna. En su texto “Los hijos de Malinche”, escribió: “Doña Marina se ha convertido en una figura que representa a las indias, fascinadas, violadas o seducidas por los españoles. Y del mismo modo que e1 niño no perdona a su madre que lo abandone para ir en busca de su padre, el pueblo mexicano no perdona su traición a la Malinche. Ella encarna lo abierto, lo chingado, frente a nuestros indios, estoicos, impasibles y cerrados. (…) De ahí el éxito del adjetivo despectivo “malinchista”, recientemente puesto en circulación por los periódicos para denunciar a todos los contagiados por tendencias extranjerizantes. Los malinchistas son los partidarios de que México se abra al exterior: los verdaderos hijos de la Malinche, que es la Chingada en persona. (…) Nuestro grito es una expresión de la voluntad mexicana de vivir cerrados al exterior, sí, pero sobre todo, cerrados frente al pasado. En ese grito condenamos nuestro origen y renegamos de nuestro hibridismo. La extraña permanencia de Cortés y de la Malinche en la imaginación y en la sensibilidad de los mexicanos actuales revela que son algo más que figuras históricas: son los símbolos de un conflicto secreto, que aun no hemos resuelto. Al repudiar a la Malinche –Eva mexicana, según la representa José́ Clemente Orozco en su mural de la Escuela Nacional Preparatoria– el mexicano rompe sus ligas con el pasado, reniega de su origen y se adentra solo en la vida histórica”.
Como explica la historiadora del arte Rita Eder, Antonio Ruiz intenta pintar en el cuadro una alegoría de la nación que combina el mundo prehispánico conquistado, es decir el sitio colonial, con la noción de cuerpo indígena femenino. En la imagen de Ruiz, pintada apenas unos tres años antes del uso virulento del término “malinchismo” mencionado por Paz, hay simpatía por Malinche. La serenidad y el temple moral son aspectos de esta imagen, mientras sus pies pequeños y desnudos aparentan hacer referencia a su erotismo y carnalidad.
Sobre el propio Ruiz, escribió la artista María Izquierdo en 1942: “Antonio Ruiz es el más personal e imaginativo de nuestros pintores de caballete; es el único que con maestría incomparable ha seguido la tradición del retablo mexicano. Concibe sus obras en pequeñas dimensiones, ejecutándolas en un espacio no mayor de 40 centímetros de largo por 30 de ancho; pinta al óleo sobre tela o madera; su técnica es sólo comparable, por su minuciosa perfección, a la de los maestros primitivos; dibuja con precisión de arquitecto y con imaginación de poeta; elige los temas para sus cuadros de la vida del pueblo; no explota lo folklórico; en sus pinturas no hay ni charros teatrales ni inditos mixtificados pare el cliente turista”.
Hasta hoy, la Malinche sigue siendo el centro de diversas polémicas en torno a relecturas históricas, discursos identitarios, cuestiones raciales y de género, de clases políticas y de relaciones de poder. El sueño de la Malinche, entonces, debe ser entendida en el complejo marco de la cultura mexicana moderna, en el que las tradiciones ancestrales y los impactos de la vanguardia se conjugan en una trama de hibridaciones y mestizajes.
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Fuentes bibliográficas
Rita Eder, “El sueño de la Malinche de Antonio Ruiz y María Magdalena: algunas afinidades”, XXV Coloquio Internacional de Historia del Arte, Universidad Nacional Autónoma de México, 2001.
Octavio Paz, “Los hijos de la Malinche”, en El laberinto de la soledad. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1951.
Catálogo México moderno. Vanguardia y revolución. Buenos Aires: Malba, 2017.
Textos de sala de la exposición México moderno. Vanguardia y revolución. Malba, 2017.
Este autorretrato es una de las obras más intrigantes de la colección de pinturas y esculturas de MoMA. A pesar de que Kahlo no contaba con una formación artística formal, leía vorazmente en tres idiomas (español, inglés y alemán) y se valía de un sofisticado conocimiento de la historia del arte para realizar sus trabajos.
Durante su estadía en México, del 2 de abril al 18 de agosto de 1938, André Breton llegó a la conclusión de que ese era “el lugar surrealista por excelencia”.
Nahui Olin puede ser incluida dentro de un grupo de mujeres –Frida Kahlo, Tina Modotti, María Izquierdo, Lupe Marín, Lola Álvarez Bravo– que asumieron un rol activo en la vida intelectual, artística y política del México posrevolucionario, desafiando muchas de las prohibiciones sociales y los dogmas morales establecidos.
Curadoras: Victoria Giraudo (Malba), Sharon Jazzan y Ariadna Patiño Guadarrama (Munal)
Sala 5, nivel 2. Sala 3 - Silvia Braier, nivel 1
Un conjunto de más de 170 piezas emblemáticas de los más grandes maestros del período: Frida Kahlo, Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Leonora Carrington, entre otros.
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El caso Rivera
Fragmentos extraídos del ensayo "Una vanguardia peculiar", publicado en el catálogo que acompaña a la exposición México moderno. vanguardia y revolución.
Por Noé Jitrik