Alejandro Kuropatwa. Sin título, de la serie Cóctel, 1996.
El sida, dice Alicia Vaggione, es un acontecimiento desde el que se trazan muchas coordenadas del presente;1 como quizá ningún otro virus, llevó adelante una tarea formidable de reorganización de formas culturales, en varias direcciones: se politizó apenas cobró estado público, poniendo en escena, con una nitidez sin precedentes, las biopolíticas de la vida y la muerte que se conjugaron alrededor de la enfermedad; politizó también los modos de visibilizar el cuerpo enfermo y el cuerpo sano en la esfera pública, y sobre todo los lenguajes del contagio y la movilización de afectos que produce.
Por otro lado, es un virus que redefine modos de la comunidad, porque, como lo señala Lina Meruane, rearticula mapas e intinerarios de los cuerpos, trazando modos de la comunidad que dejan de coincidir con la nación o con identidades demasiado estabilizadas.2 Pero también, podemos agregar, porque una vez que se vuelve crónico (con el “cóctel” que frena la erosión del sistema inmunológico) produce una nueva conciencia del “vivir con” el virus, una nueva sensibilidad acerca del hecho de que eso que llamamos el cuerpo “propio” está hecho de una heterogeneidad y una impropiedad –una apertura hacia lo común y hacia la relación– que pone en crisis toda afirmación rígida del yo y de su individualidad.
Quizá esa doble articulación, esa intersección entre una interrogación sobre las biopolíticas en las que se conjugan la administración de la vida y de la muerte, y una nueva conciencia sobre el cuerpo como dimensión de lo común, de lo relacional, es lo que le haya dado al vih esa capacidad paradójicamente luminosa de volver visibles las condiciones del vivir y del morir contemporáneos, como si el vih fuese la luz que el presente arroja sobre todos los cuerpos, seropositivos o no (una luz que viene, justamente, de la misma oscuridad, desde el fondo de la vulnerabilidad de los cuerpos : allí aparecen modos de ver, de saber, de significar.)
Muchas de las intervenciones estéticas en torno al vih ponen de manifiesto un reacomodamiento que es clave para pensar líneas de sensibilidad de lo contemporáneo, especialmente si pensamos en los modos en que estas intervenciones inscribieron y dramatizaron en lo público políticas en torno a la "vida precaria" que, desde los 80, configuraron el léxico básico de las sociedades neoliberales. Allí, sin embargo, se juega un desajuste más profundo, o más generalizado, entre construcciones culturales del "yo" y de la "persona" –la constelación de lo privado, lo propio, la propiedad, inseparable de retóricas de la (auto)inmunidad–, y una vida o un viviente, cuyas figuraciones, contornos y temporalidades desafían esas formas heredadas.
Si, evidentemente, las narrativas e imágenes del vih convocaron formas de lo biográfico y lo autobiográfico, protocolos del "yo" que dan cuenta de la experiencia y de retóricas de lo íntimo y escenifican un cuerpo en su pathos, al mismo tiempo la misma naturaleza del contagio, del virus y de los modos de su politización trabajan un desmontaje sistemático de esas formas biográficas y autobiográficas como los marcos a través de los cuales hacemos inteligible eso que llamamos "una vida", la "propia vida", etc. El "bios" que emerge en estas narrativas o en estas formas parece desbordar y problematizar de modos muy agudos las matrices recibidas que formatean ese "yo": más bien, el "bios" se recorta contra el "autos"; la "vida propia" se vuelve el terreno de un desajuste radical entre "sujeto" y "viviente." Tal desajuste es quizá uno de los desafíos críticos más insistentes de nuestras investigaciones sobre cruces entre estética y política. Las respuestas político-culturales al hiv, quiero sugerir, fueron y son un laboratorio donde se piensa ese reacomodamiento y se ensayan otras formas, otras modulaciones de la experiencia.
En el seminario Efecto virales me gustaría plantear que un modo de pensar ese desajuste pasa por una reflexión sobre temporalidades, dado que en esa disimetría entre sujeto y viviente, esas topografías en desajuste, lo que emerge como un dato central son temporalidades, esto es, modos de construir secuencias y marcos de temporalización que no coinciden con las formas del yo, de lo personal, de lo subjetivo ni tampoco con las narrativas de lo colectivo, lo social, los tiempos de lo comunitario en sus formas dadas (la historicidad de lo nacional, o de las identidades disidentes, subalternas, etc.) Otras temporalidades, que vamos aprendiendo a reconocer como tarea crítica.
Notas
1. Vaggione, Alicia, Literatura/enfermedad. Escrituras sobre sida en América Latina, Córdoba, CEA, 2014.
2. Meruane, Lina. Viajes virales, La crisis del contagio global en la escritura del sida, Santiago de Chile, FCE, 2012.
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Gabriel Giorgi, docente e investigador en el Department of Spanish and Portuguese Languages and Literatures de New York University, es uno de las participantes del seminario Efectos virales, que se llevará a cabo el miércoles 14 y el viernes 15 de junio en el Auditorio Malba.
Fragmento del texto "Alejandro Kuropatwa: Fondo blanco", incluido en el catálogo de la exposición Kuropatwa en technicolor (MALBA, 2005).
María Laura Gutiérrez será una de las participantes del seminario Efectos virales, que se llevará a cabo el miércoles 14 y el viernes 15 de junio en el Auditorio Malba.
La obra de Yeguas del Apocalipsis será uno de los temas del seminario Efectos virales, que se llevará a cabo el miércoles 14 y el viernes 15 de junio en el Auditorio Malba.
Seminario
Efectos virales. Respuestas políticas y artísticas al vih en las últimas décadas
Participan: Gabriel Giorgi, Marta Dillon, Pablo Pérez, Fernanda Carvajal, María Laura Guitierrez, Guillermina Bevacqua, Lisette Lagnado, Mariana Iacono, Kurt Frieder (Fundación Huésped).
Miércoles 14 y jueves 15 de junio de 15:00 a 20:00. Auditorio