La expansión global del shanzhai como paradigma productivo posiblemente sea uno de los fenómenos culturales más relevantes de las últimas décadas. Surgido en China, este modelo de práctica creativa influye hoy de un modo inconmensurable en una generación de artistas, curadores y pensadores, dispersos en todas partes del mundo y formados en tumblr, Snapchat y Tinder.
En su libro Shanzhai. El arte de la falsificación y la deconstrucción en China, recientemente editado en nuestro país, el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han ofrece una definición de la utilización contemporánea del término: "Shanzhai –indica– es el neologismo chino que se emplea para fake (...) En China, el shanzhai abarca todos los terrenos de la vida. Hay libros shanzhai, Premios Nobel shanzhai, películas shanzhai, diputados shanzhai o estrellas del espectáculo shanzhai. Al principio, el término shanzhai se refería a los teléfonos, a falsificaciones de marcas como Nokia o Samsung que se comercializan bajo el nombre de Nokir, Samsing o Anycat”. En realidad, aclara Han, son más que meras falsificaciones baratas, dado que su diseño y funcionalidad no tienen nada que envidiar al original. Más aún, “la riqueza imaginativa de los productos shanzhai es en muchas ocasiones superior a la del original”.
Han realiza un pormenorizado análisis de la utilización histórica y de la valoración positiva de la copia en el arte chino. “Si una novela tiene éxito –explica–, no tardan en aparecer fakes. No siempre se trata de imitaciones de nivel inferior que no disimulan su proximidad con el original. Junto a las falsificaciones manifiestas, también hay fakes que transforman el original, ubicándolo en un nuevo contexto o dotándolo de un giro sorprendente". Aparece así una noción compleja alejada de la tradicional concepción occidental de raigambre platónica según la cual verdad y belleza son entidades inmutables e idénticas solo a sí mismas y en la que la reproducción solo puede ser entendida como destructora de esa pureza originaria. "El pensamiento chino resulta pragmático en un sentido singular. No rastrea al ser o al origen, sino las constelaciones cambiantes de las cosas (...) El pensamiento chino desconfía profundamente de las esencias inmutables o principios".
Esta tradición oriental es asimilada en el libro con la filosofía budista, en clara oposición con el esencialismo imperante en Occidente. Han destaca que el investigador Hwang Woo-Suk, que en 2004 acaparó la atención mundial con su tentativa de clonación humana, encontró un gran apoyo entre los adeptos del budismo, mientras que los cristianos se aferraron a la prohibición de una práctica semejante. “Hwang legitimó su intento de clonación en base a su filiación religiosa: 'Soy budista, y no tengo ningún problema filosófico con la clonación'". Han omite mencionar que las investigaciones del científico surcoreano fueron desestimadas apenas unos meses más tarde precisamente porque utilizó información falsa y técnicas fraudulentas para presentar sus conclusiones. “El ídolo caído”, fue el título de tapa de la edición asiática de la revista norteamericana Time en referencia al caso en enero de 2006. Hubiera sido un precioso cierre para su argumentación.
La referencia a la clonación no es casual. En su descripción, Han pone el énfasis en la idea de "reconstrucción constante", reconocible en todos los niveles de la vida tal como la conocemos dado que la propia “creatividad” de la naturaleza responde a un proceso continuo de variación, combinación y mutación. “El organismo también se renueva a partir de un cambio ininterrumpido de células –indica–. Al cabo de un tiempo, queda renovado. Las células antiguas se sustituyen por nuevo material celular. En este caso no se plantea la pregunta por el original. Lo viejo muere y se reemplaza por lo nuevo. La identidad y la novedad no son excluyentes [en la naturaleza]".
En el libro hay además referencias a la incorporación de poemas y sellos en la pintura china medieval, a Zhang Daquian, el pintor impresionista a quien le llegó la fama cuando un respetado coleccionista confundió una de sus falsificaciones de un maestro antiguo con el original, a las imitaciones de Van Gogh de las estampas japonesas de Hiroshige, a Hegel y Heidegger, al omnipresente Walter Benjamin, a Derrida y la deconstrucción. Queda la sensación de que falta un poco más de desarrollo en sus definiciones sobre las determinaciones específicas de la cultura contemporánea. Como si, inmerso en el romanticismo de la tradición, Han no llegara a dimensionar realmente el descomunal impacto que las nuevas tecnologías y el capitalismo global han imprimido en los últimos años en las tradiciones centenarias que exhaustivamente describe.
En este sentido, quizás el más sugestivo de sus señalamientos aparezca hacia el final. "El shanzhai –sostiene– se presenta como una forma híbrida intensiva. El propio maoísmo chino era una forma de marxismo shanzhai. Al no haber trabajadores ni proletariado industrial en China, se transformaron las enseñanzas marxistas originarias. Su capacidad de hibridación hace que el comunismo chino se apropie del turbocapitalismo. Los chinos no ven ninguna contradicción entre el capitalismo y el comunismo".
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Publicado originalmente en la Revista Ñ en diciembre de 2016.
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