Los términos Afro-American (afroamericano) y African-American (africanoamericano) nos remiten a una primera reflexión: la de que solo existirían negros en Estados Unidos y no en todo el continente. Y a otra, que apunta a la reproducción inconsciente de la posición imperialista de Estados Unidos, que afirma que son “AMÉRICA”. Al fin y al cabo, ¿qué decir de los otros países de AMÉRICA del Sur, Central, Insular y del Norte? ¿Por qué considerar el Caribe como algo separado, si fue justamente allí donde se inició la historia de esa AMÉRICA? Es interesante observar a alguien que sale de Brasil, por ejemplo, y dice que está yendo hacia “América”. Todos nosotros, de cualquier región del continente, efectuamos la misma reproducción, perpetuamos el imperialismo de Estados Unidos, denominando a sus habitantes como “americanos”. Y nosotros, ¿qué somos?, ¿asiáticos?
En cuanto a nosotros, negros, ¿cómo podemos alcanzar una conciencia efectiva de nosotros mismos como descendientes de africanos si permanecemos prisioneros, “atrapados en un lenguaje racista”? Justamente, en contraposición a los términos mencionados anteriormente, propongo amefricanos (Amefricans) para designarnos a todos nosotros. [1]
Las implicaciones políticas y culturales de la categoría amefricanidad (Amefricanity) son, de hecho, democráticas; exactamente porque el propio término nos permite superar las limitaciones de carácter territorial, lingüístico e ideológico, y abre nuevas perspectivas para un entendimiento más profundo de esa parte del mundo donde la amefricanidad se manifiesta: AMÉRICA en su conjunto (Sur, Central, Norte e Insular). Más allá de su carácter puramente geográfico, la categoría amefricanidad incorpora todo un proceso histórico de intensa dinámica cultural (adaptación, resistencia, reinterpretación y creación de nuevas formas) que es afrocentrada, es decir, que tiene como referencia modelos como Jamaica y el akan, su modelo dominante; o Brasil y sus modelos yoruba, bantú y ewe-fon. En consecuencia, esta nos lleva hacia la construcción de toda una identidad étnica. Es innecesario decir que la categoría amefricanidad está estrechamente relacionada con las de panafricanismo, “negritud”, “Afrocentricity”, etcétera.
A mi juicio, su valor metodológico está en el hecho de permitir la posibilidad de rescatar una unidad específica, históricamente moldeada en el interior de diferentes sociedades que se forman en una determinada parte del mundo. Por lo tanto, Améfrica, como sistema etno-geográfico de referencia, es una creación nuestra y de nuestros antepasados en el continente en el que vivimos, inspirados en modelos africanos. Consecuentemente, el término amefricanas/amefricanos designa toda una descendencia: no solo la de los africanos traídos por el tráfico negrero, sino también la de aquellos que llegaron a AMÉRICA mucho antes de Colón. Al igual que antes, los amefricanos provenientes de los más diferentes países siguen jugando un rol crucial en la elaboración de esa amefricanidad que identifica, en la Diáspora, una experiencia histórica común que necesita ser debidamente conocida y cuidadosamente investigada. Aunque pertenezcamos a diferentes sociedades del continente, sabemos que el sistema de dominación es el mismo en todas estas, o sea: el racismo, esa elaboración fría y extrema del modelo ariano de explicación, cuya presencia es una constante en todos los niveles de pensamiento, así como hace parte de las más diferentes instituciones de esas sociedades.
Como se vio al inicio de este trabajo, el racismo establece una jerarquía racial y cultural que opone la “superioridad” blanca occidental a la “inferioridad” negroafricana. África es el continente “oscuro”, sin una historia propia (Hegel); por eso, la Razón es blanca, mientras la Emoción es negra. Así, dada su “naturaleza subhumana”, la explotación socioeconómica de los amefricanos a lo largo del continente es considerada “natural”. Pero, gracias al trabajo de autores africanos y amefricanos —Cheikh Anta Diop, Theóphile Obenga, Amílcar Cabral, Kwame Nkrumah, W. E. B. Du Bois, Chancellor Williams, George G. M. James, Yosef A. A. Ben- Jochannan, Ivan Van Sertima, Frantz Fanon, Walter Rodney, Abdias do Nascimento y tantos otros—, sabemos cuánto la violencia del racismo y sus prácticas nos ha despojado de nuestro legado histórico, de nuestra dignidad, de nuestra historia y de nuestra contribución al avance de la humanidad en el nivel filosófico, científico, artístico y religioso; sabemos cuánto la historia de los pueblos africanos sufrió un cambio brutal con el violento avance europeo, que no cesó de subdesarrollar África; [2] y cómo el tráfico de esclavizados trajo millones de africanos al Nuevo Mundo.
Al partir de una perspectiva histórica y cultural, es importante reconocer que la experiencia amefricana se diferenció de la de los africanos que permanecieron en su propio continente. Cuando adoptaron la autodesignación de afro/africano-americanos, nuestros hermanos de Estados Unidos también caracterizaron la denegación de toda esa rica experiencia vivida en el Nuevo Mundo y la consiguiente creación de Améfrica. Además, existe el hecho concreto de que nuestros hermanos de África no los consideran verdaderos africanos. El olvido activo de una historia marcada por el sufrimiento, por la humillación, por la explotación, por el etnocidio, señala una pérdida de la identidad propia, rápidamente reafirmada en otros lugares (lo que es comprensible, ante las presiones raciales en el propio país). Pero no se puede dejar de considerar la resistencia heroica y la creatividad en la lucha contra la esclavización, el exterminio, la explotación, la opresión y la humillación. Justamente porque, como descendientes de africanos, la herencia africana siempre fue la gran fuente revitalizadora de nuestras fuerzas. Debido a todo esto, como amefricanos, tenemos nuestros aportes específicos para el mundo panafricano. Al asumir nuestra amefricanidad, podemos superar una visión idealizada, imaginaria o mitificada de África y, a la vez, volver nuestra mirada hacia la realidad en la que viven todos los amefricanos del continente.
“Todo lenguaje es epistémico. Nuestro lenguaje debe contribuir al entendimiento de nuestra realidad. Un lenguaje revolucionario no debe embriagar, no puede conducir a la confusión”, nos enseña Molefi Kete Asante, creador de la perspectiva afrocentrada. Entonces, cuando ocurre la autodesignación de afro/africanoamericano, lo real da lugar a lo imaginario y se establece la confusión (afro/africanoamericanos, afro/africanocolombianos, afro/africanoperuanos y así sucesivamente), así como una especie de jerarquía: los afro/africanoamericanos ocupando el primer plano, mientras que los garífunas de América Central o los “indios” de la República Dominicana, por ejemplo, se ubican en el último (al fin y al cabo, ellos ni siquiera saben que son afro/ africanos...). De ahí, viene la pregunta: ¿qué piensan los afro/africano-africanos?
Vale anotar que, en su ansiedad de ver África en todo, muchos de nuestros hermanos de Estados Unidos que ahora descubren la riqueza de la creatividad cultural bahiana (como muchos latinos de nuestro país) se apresuran para ir masivamente a Salvador, buscando descubrir “supervivencias” de culturas africanas. Y el engaño se da en un doble aspecto: la visión evolucionista (y eurocéntrica) con relación a las “supervivencias” y la ceguera ante la explosión creadora de algo desconocido, nuestra amefricanidad. Por todo eso, y mucho más, creo que políticamente es mucho más democrático, culturalmente mucho más realista y logísticamente mucho más coherente identificarnos a partir de la categoría amefricanidad y autodesignarnos amefricanos: de Cuba, de Haití, de Brasil, de la República Dominicana, de Estados Unidos y de todos los otros países del continente.
“Una ideología de liberación debe encontrar su experiencia en nosotros mismos; esta no puede ser externa a nosotros e impuesta por otros que no por nosotros mismos; debe ser derivada de nuestra experiencia histórica y cultural particular”. [3] Entonces, ¿por qué no abandonar las reproducciones de un imperialismo que masacra los pueblos del continente y de otras partes del mundo, y reafirmar la particularidad de nuestra experiencia en AMÉRICA como un todo, sin nunca perder la conciencia de nuestra deuda y de los profundos lazos que tenemos con África?
En un momento en que se estrechan las relaciones entre los descendientes de africanos en todo el continente, en que nosotros, amefricanos, más que nunca, constatamos las grandes semejanzas que nos unen, la propuesta de M.K. Asante me parece aún más actual. Especialmente si pensamos en aquellos que, en un pasado más o menos reciente, dieron su testimonio de lucha y sacrificio, abriendo caminos y perspectivas para que, hoy en día, nosotros podamos llevar adelante lo que ellos empezaron. Por eso mi insistencia en la categoría amefricanidad, que floreció y se estructuró a lo largo de los siglos que marcan nuestra presencia en el continente.
Ya en la época esclavista, esta se manifestaba en las rebeliones, en la elaboración de estrategias de resistencia cultural, en el desarrollo de formas alternativas de organización social libre, cuya expresión concreta se encuentra en los quilombos, cimarrones, cumbes, palenques, marronages y maroon societies, propagadas por las más diversas paradas de todo el continente. [4] Y, aun antes, en la llamada América precolombina, la amefricanidad ya se manifestaba, marcando decisivamente la cultura de los olmecas, por ejemplo. [5] Reconocerla es, en última instancia, reconocer un gigantesco trabajo de dinámica cultural que no nos lleva hacia el lado del Atlántico, sino que nos trae de allá y nos transforma en lo que somos hoy: amefricanos.
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Este texto es un fragmento del artículo “La categoría político-cultural de amefricanidad”, publicado en julio de 2021 en el número 15 de la revista Conexión (pp. 133-134), editado por Sharún Gonzales, Meyby Ugueto-Ponce y Camila Daniel. La traducción al español fue realizada por María Pilar Cabanzo Chaparro y Camila Daniel. Su versión original en portugués, “A categoria político-cultural de amefricanidade”, fue publicada originalmente en Tempo Brasileiro, Rio de Janeiro, n° 92-93, pp. 69-81, enero-junio de 1988. Además, fue reproducido en el catálogo de la exposición Rosana Paulino. Amefricana (Malba, 2024).
Notas
1. Lélia Gonzalez, A Socio-historic Study of South American Christianity: The Brazilian Case, First Pan-African Christian Churches Conference, Atlanta, 1988.
2. Walter Rodney, How Europe Underdeveloped Africa, Howard University Press, 1974, 2a ed. (1a ed. 1972).
3. Molefi Kete Asante, Afrocentricity, New Jersey, Africa World Press, 1988, p. 31.
4. Elisa Larkin Nascimento, Pan-africanismo na América do Sul: emergência de uma rebelião negra, Rio de Janeiro, Editora Vozes, 1981.
5. Ivan Van Sertima, They Came before Columbus: The African Presence in Ancient America, Random House, 1976.
Imagen: Rosana Paulino. Geometría a la brasileña: Azul n° 3. 2023.
El objetivo de este pequeño manual es presentar algunos caminos de reflexión, recuperando contribuciones importantes de varios autores y autoras sobre el tema, para quienes deseen profundizar su percepción de discriminaciones estructurales y asumir la responsabilidad de la transformación de nuestra sociedad.
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En sus instalaciones, dibujos y bordados, Paulino aborda la esclavitud y la violencia de la diáspora africana como eje central de su práctica, que además de artística también es pedagógica y militante.
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