La literatura y el mal, del pensador francés.">
A modo de adelanto del curso La atracción del abismo: Novalis, Baudelaire, Rimbaud, Artaud, que comienza el miércoles 7 de enero, reproducimos aquí un capítulo del libro La literatura y el mal, de Georges Bataille. Allí, dice el pensador francés:
Baudelaire, indudablemente no tuvo nada de radical -le acuciaba el deseo de no tener lo imposible como destino, de volver a caer en gracia- pero, como Sartre ayuda a comprender, sacó de lo vano de su esfuerzo lo que otros extraerían de la rebeldía. La idea es atinada: no tiene voluntad, pero a pesar suyo una atracción le mueve. La negación de Charles Baudelaire es la negación más profunda, ya que no es en ningún momento la afirmación de un principio opuesto. Expresa solamente el estado de ánimo bloqueado del poeta, lo expresa en lo que tiene de indefendible, de imposible. El Mal, que fascina al poeta en medida mucho mayor de lo que a él se entrega, es indudablemente el Mal, puesto que la voluntad, que no puede querer más que el Bien, no participa para nada en ello. Además apenas importa al fin y al cabo que se trate del Mal: como lo contrario de la voluntad es la fascinación y la fascinación es la ruina de la voluntad, condenar moralmente la conducta fascinada es quizá, durante un cierto tiempo, el único medio de liberar plenamente la voluntad.
Las religiones, las castas y recientemente el romanticismo también concedían su importancia a la seducción, pero la seducción entonces obraba con astucia, obtenía el asentimiento de una voluntad a su vez a la astucia. De este modo la poesía, que se dirige a la sensibilidad para seducirla, debía limitar los objetos de seducción que proponía sólo a los que la voluntad podía asumir (la voluntad consciente, que necesariamente plantea condiciones, que exige la duración, la satisfacción). La poesía antigua limita esa libertad que lleva aparejada la poesía. Baudelaire abrió en la masa tumultuosa de estas aguas la depresión de una poesía maldita que ya no asumía nada y que sufría sin defensa una fascinación incapaz de satisfacer, una fascinación que destruía. De este modo la poesía se desprendía de las exigencias que la venían desde fuera, las exigencias de la voluntad, para responder a una sola exigencia íntima, que la vinculaba a lo que fascina, que hacía de ella lo contrario de la voluntad. Hay algo más que la elección de un individuo débil, en esta determinación mayor de la poesía. No nos importa el que una tendencia personal, que afecta a la responsabilidad, pueda arrojar mayor o menor luz sobre las circuns- tancias de la vida del poeta. El sentido que para nosotros tiene Las Flores del Mal, es decir, el sentido de Baudelaire, es resultado de nuestro interés por la poesía. Ignoraríamos todo lo referente a ese destino individual, si no mediara el interés que pueden suscitar los poemas. Por eso no podemos hablar de él sino en la medida en que le ilumina nuestro amor por Las Flores del Mal (no aisladamente sino unidas al conjunto en que se incluyen). Desde esta perspectiva, la singular actitud del poeta hacia la moral es la que explica la ruptura que realiza: la negación del Bien en Baudelaire es, de modo fundamental, una negación de la primacía del mañana: la afirmación, mantenida simultáneamente, del Bien, participa de un sentimiento maduro (que a veces le guiaba en su reflexión sobre el erotismo): le revelaba regularmente y desgraciadamente (de una forma maldita) la paradoja del instante - al que sólo alcanzamos cuando le rehuimos, que desaparece si intentamos apresarle.