Cuando junto a los curadores Leah Dickerman y Luis Pérez-Oramas comenzamos a discutir nuestros planes para crear una nueva sala dedicada al arte de la Modernidad Mexicana de las décadas de 1930 y 1940 –la cual se abrió en mayo de 2009– Fulang-Chang y yo de Frida Kahlo era una de las obras que estábamos seguros que queríamos incluir. Teníamos la intención no solo de mostrar la pintura, sino de colgarla junto al espejo que Kahlo hizo para acompañar la obra, por razones que explicaré más adelante.
Para mí, este autorretrato es una de las obras más intrigantes de la colección de pinturas y esculturas de MoMA. A pesar de que Kahlo no contaba con una formación artística formal, leía vorazmente en tres idiomas (español, inglés y alemán) y se valía de un sofisticado conocimiento de la historia del arte para realizar sus trabajos. Este particular autorretrato, por ejemplo, remite a las pinturas renacentistas de la Madonna y el niño. En lugar de presentar al tradicional infante querubín, ella ofrece un protagonista inusual: Fulang-Chang, uno de los tantos monos que tenía como mascotas. Los monos mascotas que frecuentemente aparecen en sus pinturas son vistos en general como sustitutos de los hijos que ella y su marido, el artista Diego Rivera, no pudieron concebir. Si bien esa dificultad personal pudo haber jugado un rol en la decisión poco convencional de Kahlo de incluir al mono en su autorretrato, opino que su sentido del humor en esta elección es igual de evidente. ¿Qué otro artista lograría que le prestemos atención a la manera en que sus facciones se asemejan a las de un animal? Esta pintura es, entre muchas otras cosas, una oda irreverente al pelo: el pelo del cuerpo del mono y del cactus lanoso de pelos blancos que rodean a Kahlo acentúan la famosa uniceja y el débil bigote. Al mirar atentamente su cuello, se ven hebras de pelo sueltas que se suman al conjunto. En las primeras etapas del arte cristiano, y también del maya, los monos se asociaban con la promiscuidad y el pecado, incorporando incluso otra capa más de significados posibles a la pintura. Una de las cosas que siempre admiré del arte de Kahlo es su manera de hacer que cohabiten nociones contradictorias en su obra: solo en Fulang-Chang y yo, Kahlo logra aludir simultáneamente a comportamientos lujuriosos y a la fidelidad, emanando tanto dolor como ligereza en el proceso.
Debut de Kahlo en Nueva York
La historia de la exhibición de esta pintura es tan compleja como su iconografía. Hace aproximadamente 79 años fue presentada en la primera –y única– exhibición individual importante de la obra de Kahlo que ella realizó en los Estados Unidos en vida. La Galería Julien Levy, una de las galerías más respetadas de la Ciudad de Nueva York, presentó esa exhibición del 1 al 15 de noviembre de 1938. Estrechamente ligado al movimiento surrealista, Levy fue el responsable de brindar el espacio para las primeras muestras individuales en los Estados Unidos de numerosos artistas importantes, incluyendo a Alberto Giacometti, Salvador Dalí y Lee Miller. A pesar de que la exhibición se presentó en medio de la Gran Depresión, constituyó un hito significativo en la carrera de Kahlo. André Breton, el fundador del movimiento surrealista, escribió el ensayo que acompañó a la exhibición; Georgia O´Keeffe, Isamu Noguchi, y otros prominentes artistas norteamericanos asistieron a la inauguración; aproximadamente la mitad de las pinturas fueron vendidas; y la exhibición fue bien recibida por la prensa, incluso cuando sus halagos (la revista Time hablaba con entusiasmo acerca de “Las imágenes de la pequeña Frida”) iban contra las actitudes sexistas y paternalistas que prevalecían en esa época.
El Espejo
Kahlo sumó el espejo a la pintura después de la exhibición de su trabajo en Julien Levy en 1938. Intrigada por esta decisión poco ortodoxa y ansiosa por descubrir la historia detrás de ella, me sumergí en los archivos del Departamento de Pintura y Escultura de MoMA. Lo que descubrí fue que la pintura y el espejo fueron combinados cuando Kahlo decidió regalarle Fulang-Chang y yo a una amiga cercana de Nueva York, llamada Mary Sklar. Hermana del conocido historiador de arte Meyer Schapiro, Sklar comenzó una amistad con Kahlo luego de que se conocieran en México en 1935. Como gesto de agradecimiento por la compra de otra pintura que Sklar adquirió en la muestra en Levy, Kahlo le regaló Fulang-Chang y yo y le dijo que había incorporado el espejo para que ellas siempre pudiesen estar juntas.
Kahlo regalaba sus autorretratos con frecuencia, el primer autorretrato que hizo (en 1926) se lo dio a su novio de entonces, y un año después de hacer ese trabajo le dio otro como regalo de cumpleaños a Leon Trotsky, el líder revolucionario ruso que vivió en exilio en la casa de Kahlo y Rivera de la Ciudad de México. Mientras que el acto de regalar un autorretrato a un amigo era algo común en su desempeño profesional, la inclusión de un espejo no lo era. Para mí, el espejo es un elemento particularmente fascinante, más aún si tenemos en cuenta el rol crucial que los espejos jugaron en su labor artística. Kahlo comenzó a pintar cuando estaba convaleciente luego de sufrir un grave accidente en autobús; durante su recuperación, usaba un espejo que estaba sujeto a su cama con dosel para poder pintar. Según la fotógrafa Lola Alvarez Bravo, quien fotografió a Kahlo durante toda su vida, “Frida vivía rodeada de espejos”. Además del espejo que tenía sujeto a su cama, tenía otro frente a su armario, al lado de su mesita de luz, e incluso había otro incrustado en la pared de estuco de su patio. Si bien esta proliferación de espejos puede parecer a primera vista un gesto de vanidad, creo que la inclusión del espejo en Fulang-Chang y yo representa un gesto fundamentalmente generoso, una invitación abierta a entrar en su trabajo. Nosotros estamos invitados a vernos (literalmente) y a entrar en su mundo. A menudo entro en la sala donde se exhibe la pintura cuando tengo un momento libre y cuando lo hago, invariablemente veo a personas amontonadas alrededor de la obra, sacándose fotos con la pintura. Claramente la invitación de Kahlo es una que a muchos les alegra aceptar…
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Veronica Roberts es Curadora de Arte Moderno y Contemporáneo del Blanton Museum of Art, The University of Texas. Anteriormente fue Asistente de Curaduría del Departamento de Pintura y Escultura en MoMA.
Este texto fue publicado originalmente en inglés el 3 de diciembre de 2009 en el blog de MoMA.
Fulang-Chan y yo puede verse hasta el 19 de febrero en la exposición México moderno. Vanguardia y revolución.
Anticipo de la conferencia Frida Kahlo y el travestismo cultural en México, que el investigador especializado en arte mexicano James Oles brindará en Malba el miércoles 6 de diciembre.
El sueño de la Malinche (1939), de Antonio Ruiz, “el Corcito”, es una obra muy pequeña, del tamaño de un retablo tradicional. En ella se mezclan el realismo social, el indigenismo, el realismo mágico y el surrealismo; está repleta de simbolismos y detalles en torno a la identidad mexicana.
Parte de la exposición México moderno. Vanguardia y revolución
Nahui Olin puede ser incluida dentro de un grupo de mujeres –Frida Kahlo, Tina Modotti, María Izquierdo, Lupe Marín, Lola Álvarez Bravo– que asumieron un rol activo en la vida intelectual, artística y política del México posrevolucionario, desafiando muchas de las prohibiciones sociales y los dogmas morales establecidos.
Durante su estadía en México, del 2 de abril al 18 de agosto de 1938, André Breton llegó a la conclusión de que ese era “el lugar surrealista por excelencia”.
Curadoras: Victoria Giraudo (Malba), Sharon Jazzan y Ariadna Patiño Guadarrama (Munal)
Sala 5, nivel 2. Sala 3 - Silvia Braier, nivel 1
Un conjunto de más de 170 piezas emblemáticas de los más grandes maestros del período: Frida Kahlo, Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Leonora Carrington, entre otros.
Archivos
El autorretrato con chango y loro de Frida Kahlo
Con motivo de un nuevo aniversario del nacimiento de Frida Kahlo, compartimos este pequeño comentario sobre su Autorretrato con chango y loro (1942), parte de la colección permanente de MALBA.
Por James Oles