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Una conversación que se termina y duele
Por Tamara Tenenbaum

Hace unos años, a cuento de ya no recuerdo bien qué, escribí sobre el arte y lo colectivo y comparé al grupo de teatro Piel de Lava con el grupo de poetas detrás de la revista 18 Whiskys. Las Piel de Lava ya llevaban más de diez años escribiendo, dirigiendo y actuando juntas cuando yo escribí ese texto; la revista 18 Whiskys, en cambio, había durado solamente dos números, y para cuando yo me senté a pensar sobre ellos (a cuento, ahora me acuerdo, de la exhibición de un documental sobre la revista) ya estaban prácticamente todos peleados. Las diferencias son muchísimas: a la vista salta que en un grupo son todas mujeres y en el otro eran casi todos hombres, pero también que la literatura es un arte mucho más solitario y egocéntrico que el teatro. De las artes visuales se podría decir lo mismo; como en la literatura, o incluso más, hubo muchos colectivos y generaciones, vanguardias que actuaron juntas, grupos que firmaron manifiestos y decálogos. Las obras, en general, son individuales; lo colectivo es la pertenencia, la conversación, la forma de habitar un mundo y un lenguaje que luego está presente, de una manera de otra, en esas obras que firma cada uno. Entiendo esta diferencia entre una película o una obra de teatro en la que trabajan diez, veinte o treinta personas y una novela en la que trabaja una sola (o como mucho, dos, contando a quien edita); y sin embargo, creo que la forma en la que lo puse recién, que es una forma tradicional de pensarlo, es sesgada. Dije que la conversación que una artista tiene con sus contemporáneas, con sus amigas, con sus compañeras de militancia, de ruta o de oficio, “está presente” de alguna manera en la obra que luego firma sola; “estar presente”, sin embargo, es poco. Como escritora, pienso que el arte que hago, bueno o malo, no sería ni siquiera posible sin las lecturas y conversaciones de las que participo todos los días, sin mis referentes, sin mis amigos reales y mis amigos imaginarios. Las personas que pueblan nuestras vidas, con sus obras o con sus cafés, con sus comentarios o con sus besos, delimitan el terreno de lo posible y lo decible para nosotras; son nuestro mundo y nuestro lenguaje.

Me parece interesante, entonces, que en las conversaciones feministas sobre la pareja la dimensión de lo creativo suela estar tan ausente. Quiero decir: cuando aparece el tema de la creatividad y el arte en relación con la pareja en general es en términos de contraposición, para afirmar que las mujeres tienen que tener tiempo y espacio por fuera de la pareja para dedicarse a sus propias cosas, sus propios proyectos y sus propias producciones, igual que lo tienen los varones. La pareja se piensa, incluso en círculos progresistas, como algo que te quita tiempo para el arte. No se piensa así desde el prejuicio, o no solamente; se piensa así porque, aunque sea triste decirlo, es una situación común. Es bastante habitual que la pareja sea algo que quita espacio para la creatividad en lugar de potenciarla, especialmente para las mujeres; es bastante habitual en la historia y también en el presente que una mujer artista se case y empiece a producir menos, mientras que a su marido ese matrimonio no le quita ni un segundo para su producción. Es lo habitual, y por eso los casos en los que sentimos que eso no fue lo que pasó, como el de Yente y Del Prete, nos interesan y nos fascinan.


En el libro Vida venturosa de Onofrio Terra d’Ombra, Yente se presenta como el personaje Fragilina.

No hace falta evitar, como se dice en inglés, el elefante en la habitación: que Del Prete fue, hasta hace poco, mucho más reconocido que Yente. Es importante decirlo, pero no es lo que importa: lo interesante de esta muestra es que nos invita a pensar en lo que la conversación entre ellos hizo por la obra de ambos. Leo, en los textos de María Amalia García y Gabriel Pérez-Barreiro que salen en el catálogo, que Yente y Del Prete preferían mantener cierta distancia de las discusiones de la época y de los grupos de artistas que pensaban y militaban la abstracción en los años en que ellos trabajaban. Pienso, en relación con eso, que para recortarse de la conversación pública necesitaron reforzar la que sostenían ellos: ellos eran su propia época, armaron su propia época. Armaron una conversación al margen (en contra) de las conversaciones que los rodeaban. Las veces que estuve enamorada, para mí, se sintió así también. De casi todos mis amantes he sacado algo útil: incluso uno del que pensé que no había sacado absolutamente nada me mostró una cantautora israelí que me gusta mucho. Una ventaja de vincularse sexoafectivamente con varones, porque alguna tiene que haber, es que muchas veces tienen acceso a mundos, recursos y espacios a los que una no tiene, y ni siquiera hace falta que sean generosos para que algo de esas riquezas te llegue. Por eso es tan difícil diferenciar a veces, si una se enamora de un hombre o se enamora de su mundo, si una está enamorada de un hombre o de su vida, si una lo desea a él o si una en realidad desearía ser él. Pero de los amores en serio, los pocos que he tenido, he sacado más que mundos ajenos: he sacado mundos y lenguajes que solo existían para él y para mí. Enamorarse, sobre todo al principio, es para mí un momento de repliegue, ese momento en que el afuera no existe, solo existe una habitación con dos personas. Los momentos que agradezco no solo como persona sino como escritora son aquellos en los que logré, como siento que lograron Yente y Del Prete, que mi obra quede adentro y no afuera de esa habitación.

Pienso en el lenguaje compartido de Yente y Del Prete; esos idiomas siempre son secretos, y yo encima de arte visual entiendo poco, pero recorriendo la muestra hay algo de la obsesión por las texturas que se me hace muy visible. La pincelada, los textiles, las mil técnicas, la sensación de que estas obras hay que verlas porque en el catálogo realmente parecen otras, son otras; leo en el texto de Pérez-Barreiro que este tema de las texturas fue crucial en la distancia que Del Prete y Yente guardaban respecto de otros artistas abstractos de la década del 40, que celebraban los supuestos bordes duros de la obra de Mondrian que a todos nos sorprenden por su ausencia cuando de hecho nos encontramos delante de un Mondrian. Pérez Barreiro habla de lo artesanal, que es una buena palabra para hablar de eso que Del Prete y Yente parecían compartir, esa idea del arte entendido como algo que se hace orgullosamente con un par de manos. Me pregunto también si compartían, como muchas parejas comparten, una teoría sobre la verdad: la idea de que una obra de arte tiene que ser algo cuya verdad última es intransmisible, cuya verdad última no viaja. Una obra es algo que no se entiende a menos que una la tenga delante. Lo verdadero como algo que siempre está en presencia, algo que no se puede contar ni, sobre todo, separar de sus condiciones concretas de producción (entre las que se encuentran los materiales pero también los afectos).

Sigo leyendo, sigo mirando: Yente es la que armó el relato de esa pareja, e incluso la que armó el relato de la obra de Del Prete. En parte fue por su privilegio relativo, su formación universitaria filosófica y su manejo del español que contrastaba con el de su marido; pero en parte, también, fue por su condición de mujer. Las mujeres tienden a ser las que escriben la historia de una pareja, las que arman ese retrato, las que lo piensan. Hoy se entiende esto como un trabajo emocional, uno de los tantos trabajos del amor que hacemos las mujeres más que los hombres; estoy de acuerdo, pero como muchos otros trabajos, me parece fascinante y no lo dejaría por nada del mundo. Miro las páginas de Vida venturosa de Onofrio Terra d'Ombra, el libro de artista de Yente en el que ellos dos aparecen con los alter egos de Onofrio y Fragilina: creo que es mi parte favorita de la muestra. La ligereza que tienen, la ternura llena de sarcasmo e inquietud de esos colores vivos y raros, las geometrías juguetonas, el dibujo preciso, y por supuesto también los textos: pienso que es un hermoso trabajo del amor, tanto para convertir en obra como para compartir con la pareja. Pienso en qué escasos y qué bellos son los amores en los que una se atreve a abrir así el relato que se ha armado sobre la propia historia, ese relato que en general solo queda para el diario íntimo o como mucho para las amigas. Pienso en el coraje, la ironía y la inteligencia que requiere autodenominarse Fragilina y que el propio amor lo vea eso, saber que lo va a ver.


Yente. Retrato-recuerdo N° 9 (La bobe) y Retrato-recuerdo N° 10 (El zeide), 1972.

Una última cosa: el derecho a la timidez. Entiendo perfectamente la necesidad de dar cuenta de que Yente expuso mucho menos que Del Prete, o de que ella destruyó su obra pero a diferencia de él no la había registrado antes (bueno, él no la registró solo: es ella la que arma el libro que deja testimonio de las obras que él finalmente destruye). Entiendo perfectamente, también, que esto se pueda atribuir a una cuestión de género, a la idea de que el gran artista reconocido de la pareja tenía que ser él. Puede ser. Lo que es yo, creo que el gesto de destruir tu obra sin que queden registros es mucho más interesante que hacerlo con la tranquilidad de que van a recordarte. Lo que es yo, nunca voy a dejar de enamorarme de las artistas que no producen por el hambre de trascender (la razón por la que producimos casi todos) sino por algo más íntimo y más profundo que no se puede ni nombrar. Hay algo extremadamente fascinante en una artista que producía a pesar de su propias ganas de esconderse, vengan de donde vengan esas ganas. Me quedo un rato largo mirando los retratos que hizo Yente de sus abuelos, el Retrato-recuerdo N° 9 (La bobe) y el Retrato-recuerdo N° 10 (El zeide); me encantan sus relieves únicos, su oscuridad, cómo juegan armando algo medio extrañado con pedazos de tradición. Me encantan, y me encanta que estén acá, a pesar de todo, me encanta que existan a pesar de que Yente no quería ser una artista famosa, que los haya hecho a pesar de sus ganas de borrarse del mapa y poder entonces entrar, por un rato, a la imaginación de alguien así. Me encanta este testimonio de una mujer que fue tan de su tiempo y tan más allá del tiempo, una subjetividad transida por los conceptos de la femineidad de un momento pero que hizo algo precioso con eso. Me encanta este amor que quiso ser una intimidad máxima y excluyente y ahora está acá a la vista de todos.

 

Texto leído en el marco de la conferencia Sobre el amor, el lunes 16 de mayo de 2022 en el Auditorio Malba.

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