Con la precisión y la concisión que solo el gran poeta alcanza, Octavio Paz penetró en el misterio de la pintura de Remedios Varo para iluminarla con un texto que no se extiende más allá de una página. De los tesoros que contiene cada frase de este texto, hay uno que en mi lectura ha brillado especialmente: “Las apariencias son las sombras de los arquetipos: Remedios no inventa, recuerda. Pero ¿qué recuerda? Esas apariciones no se parecen a nadie”. La memoria se opone aquí a la invención. Existe una íntima convicción, de origen platónico, según la cual ya lo hemos visto todo con anterioridad. La contundente afirmación de Paz –“Remedios no inventa, recuerda”– parece poder relacionarse con “crear es combinar”, como decía Claude Lévi-Strauss, tan afín al surrealismo. “Pero ¿qué recuerda?”. A pensar en lo que recordaba Remedios Varo está dedicado este ensayo.
La memoria anula el tiempo lineal para generar superposiciones, líneas que se retuercen y complican porque son ajenas al orden impuesto. Libremente se mezclan unas con otras, diseñando extrañas figuras que se parecen a raíces, rizomas, torbellinos… Remedios Varo recuerda. Las imágenes se agolpan en su mente, no puede anularlas, sobrevienen, la invaden. Son las imágenes de una Barcelona incendiada, de la violencia, de una guerra civil de la que huye, imágenes de un París que va a ser próximamente ocupado, imágenes de la prisión (de la que nunca se hablará), imágenes de un pueblecito costero cercano a Perpiñán, un remanso de paz en el horror (y justamente con Victor Brauner), Marsella, allí donde están todos –Breton y los demás, y, entre ellos, Benjamin Péret, su compañero–, Casablanca, el horror del viaje en barco, y México finalmente, el último destino. No hace falta ser un gran psicoanalista para comprender de dónde procede la angustia de muchas de las imágenes pictóricas de Remedios Varo. Tampoco es necesaria mucha imaginación para entender su desesperación final, esa que ha inducido a dudar entre una muerte natural y el suicidio, porque la memoria puede resultar insoportable cuando las imágenes invaden la mente y consiguen vencer todo presente y toda supuesta realidad. Probablemente ese lado de la memoria llevó directamente a Remedios Varo a su final. Pero hay otra memoria, extraordinariamente fértil y productiva, que es la que hará posible su creación, la que debió presidir la etapa de su madurez creativa, en México, desde 1955, año de su primera exposición –pues aunque fuera colectiva, la crítica solo la vio a ella–, hasta 1963, fecha de su muerte. Ocho años prodigiosos, en los que afloró una creación extraordinaria, pues dio expresión a una memoria, permitiendo que saliera todo lo que había aprendido, principalmente con los surrealistas desde 1935, pero también de la tradición gracias a Georges I. Gurdjieff y sus discípulos. Así, en su obra pictórica llevó a cabo una extraordinaria síntesis entre tradición e innovación, absolutamente propia y personal. Porque, no olvidemos algo importante: quien recuerda es Remedios Varo.
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Esta es la introducción al ensayo del mismo título publicado en el catálogo de la exposición Remedios Varo. Constelaciones (Malba, 2020). El ensayo completo en PDF puede descargarse en el enlace de aquí abajo:
Una exposición antológica de Remedios Varo, figura central del surrealismo y del arte fantástico latinoamericano y referente ineludible de la escena mexicana de mediados del siglo XX.
Conferencia
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Miércoles 28 de agosto a las 19:00. Auditorio