Alberto da Veiga Guignard. Execução de Tiradentes, 1961.
En Italia, en 1940, Guignard encuentra la refracción de la materia en la niebla como transigencia del tiempo y evanescencia del mundo: lo sublime de los trópicos. Su pintura se vuelve transparente como una acuarela. Comparadas con Castagneto, sus nieblas perderán el espesor de lo matérico. Un paisaje de Guignard puede no ser solo topografía, sino la operación de un pensamiento visual desde una óptica particular: nublados, accidentes solidificados por la concentración de pigmento, agua suspendida por diferencias térmicas, escurrimientos que, como ríos rocosos o avalanchas, son determinados por la gravedad. Así, su paisaje imaginario es siempre un mundo de operaciones materiales aún más imaginables: montañas gaseosas, verdes pétreos o cielos telúricos en óxidos, la puesta de sol como suelo rojo. La topografía carioca lleva a Guignard a adoptar una perspectiva vertical similar a la perspectiva china. Minas será el lugar de exacerbación del nuevo pathos a través de la hagiografía edificante. La figura de Cristo azotado en la cruz, tradición de los escultores coloniales –muchos de los cuales eran mulatos– presenta ese sufrimiento como metáfora sublime del esclavo en la picota.