Exclusión, de Pablo Suárez
Por Juan Dayan
Tres dulces notas musicales previo al cierre de puertas del tren. Quedaste afuera o quedaste adentro. No hay grises. El que logró entrar continúa su día con plena normalidad, irá a trabajar, a visitar a alguien o a estudiar. Seguirá el camino que le corresponda. Pero para el que no, el calvario acaba de comenzar.
No ajustarse a lo establecido construye un mundo hostil y cruel para éste ser. No pertenecer, no apegarse a lo pautado. Quedarse del otro lado, en la clandestinidad, en lo prohibido. Tener que tomar decisiones, trascendentales, él quedó afuera, y decidió aferrarse, tratar de permanecer. Ojo, todavía se puede caer, y ese accidente puede ser fatal…
No sólo este sufrimiento, si no también el ninguneo, las miradas ajenas, las críticas, las dudas, y la incertidumbre. Los cuestionamientos. ¿Por qué está ahí? ¿Por qué no hace nada? ¿Por qué lo tengo qué soportar? ¿Por qué se aferra? ¿Por qué no acepta su realidad? ¿Por qué no soy yo? ¿Qué hice de diferente? Ojalá nos hiciéramos esta última pregunta.
Él no pudo pagar su boleto para viajar en el tren, se quedó afuera, trató de pasar de todas formas, no lo logró. Está excluido. Él por esta razón, otros por mil otras.
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Abaporú, de Tarsila do Amaral
Por Facundo Brito
El sol quemaba como todos los días
El sol quemaba como todos los días. Para eso iba al claro de todos modos. Si quería sombras tenía el techo verde formado por las exuberantes copas o los numerosos momentos del día en los cuales el agua venía de arriba y el cielo dejaba de ser celeste. Jaguareterusu sabía que se avecinaba uno de esos momentos. Además, la panza le sonaba demasiado como para descansar tan descuidadamente. Se irguió en sus cuatro patas y decidió que su nariz lo guiara hacia su siguiente chance de comida.
La parte más difícil de ir a visitar a Abaporúno eran los días que tomaba llegar o los varios ríos torrentosos que debía cruzar. Tampoco lo era la creciente e incómoda pendiente, para él ya poco molesta. Lo que en serio le hacía erizar los pelos de la espalda era, literalmente, la helada noche. Más alto iba, más fría y solitaria. En ese trayecto ni los eternos árboles lo acompañaban. El suelo día a día era distinto. Al dejar atrás los últimos arbustos caminar sobre ese interminable arroyo verde le indicaba estar cerca. Era como caminar sobre millones de copas unidas en un infinito. Algo de todo eso le daba la inseguridad de no estar en su lugar, pero ya no era un camino desconocido, sino más bien habitual.
Al lado de uno de esos extraños árboles gordos, verdes y poco amistosos se encontraba su amigo. ¿Por qué Abaporúprefería la compañía de los agresivos troncos sin hojas? Jamás lo sabría. También estaba un potente sol sobre su cabeza. El sol siempre le recordaba ese lugar, ese vacío.
Pasaron toda la tarde intercambiando anécdotas y disfrutando estar con el otro. Después de todo, hacía dos lunas que no se veían y ya era la temporada en que el gigante decidía acompañarlo abajo a sus tierras. Era el tiempo de las ananás que a su amigo le encantaban y para él era más fácil atrapar monitos imprudentes y atrevidos, alocados por la fruta.
La noche antes de partir, encontraron la flor enorme y blanca de esos árboles de las alturas. Olía como a tranquilidad, paz.
Bajar en compañía siempre era más divertido. Se contaban chistes y jugaban con las asustadizas ranas. Cazaban peces y cantaban con las cigarras. En esos momentos se sentía tan bien que de su cuerpo podía salir una extraña canción, como suaves ríos o tonos débiles del ruido que hace a veces el cielo gris mientras larga agua.
La otra noche había soñado con la vez que conoció a Abaporú. Corriendo perdido en la selva, la piel desnuda llamó su atención pero su tamaño e inocencia acabaron con las ideas de comérselo. Lo frenó, se entendieron y al tiempo se hicieron amigos, pero lo que Jaguareterusununca entendió fue por qué, siendo tan bueno y fácil de notar, solo él en esta esquina del mundo verde lo había notado. Pensó en cómo su vida desde ese entonces se sentía completa, llena, como su panza después de una comida.
Al tercer día en la selva, tras dos exitosas jornadas de cacería de ananás, decidieron jugar a correr. Él corrió tanto como quiso, le encantaba. Sabía que su amigo venía detrás.
En un momento, sin embargo, empezó a escuchar un ruido devorador, como de mil cascadas encima, y un grito raro cada tanto. No llegó a frenar. Vio cómo la luz se abría paso y los árboles temblaban frente suyo. Una roca gigante amarilla apareció de repente.
Sus alientos le costaban cada vez más. Se sentía más aplastado que cuando nadaba en una laguna para encontrar algún pez distraído. Estaba en un claro gigante lleno de árboles en el piso, con varias de esas cosas amarillas cerca y unos bichos raros como monos lampiños y grandes que miraban de lejos. El ruido venía de varios lugares y las moles seguían en movimiento. Con sus últimas fuerzas, miró para donde quedaba verde. Entre la densa vegetación vio una cara conocida, los ojos le brillaban. Con un parpadeo lento logró despedirse. Cuando abrió sus ojos ya no estaba Abaporú, y entonces los volvió a cerrar. El sol quemaba como todos los días.
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Sin título, de Frans Krajcberg
Por Sabrina Francesch
Todo arde al mismo momento que tal vez sana. La calma a veces reclama cuando no hay tormenta. El mar siempre necesita de las olas. Tenemos que esperar que el agua hierva para cocinar. La mente necesita ese momento de agitación. El desconcierto se vuelve aventura, lo indefinido se vuelve sorpresa y ese sentimiento de estrellarse contra una pared, que nos estamos quedando sin tiempo, es energía contenida, es adrenalina y vuelve todo mucho más interesante, a veces.
Las bombas son malas, nos enseñaron, las explosiones matan, agregaron. Pero ¿y las bombas que tenemos adentro? El corazón bombea y así tiene que funcionar, si no morimos también. Las explosiones propias son eso, el desconcierto y lo indefinido, la sorpresa, la aventura, la adrenalina, y el descubrimiento, son las historias no contadas que se cansaron de esperar, son a veces escombros de nuestra vida que se unen un poco más cuando explotan otra vez, son re inicios, son avances. Podemos bailar bajo la lluvia o correr a escondernos bajo un paraguas. Podemos hacer del cielo un infierno o construir un cielo en el infierno, parece.
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Batato, de Marcia Schvartz
Por Malena Manzoni
Batato va por los túneles, bajo el cemento, prendido de los caños. En su guarida, donde todo lo puede, con perfume a rosas y humedad, con los chiches desparramados y el esmalte que gotea sobre su piel y las de otros.
Por sobre su cabeza se desata la ciudad, la cosa de todos los días y los que siempre están; los pasos de la gente apurada y los señores de saco, un colectivo achicharrado y sudoroso, una empleada pública con cara de pocos amigos.
Quién diría que con sólo hacer un agujero, él podría estar del otro lado, en la superficie, o ellos, sumergidos. Sería una operación tan simple, como dar vuelta un pulóver cuando se saca del lavarropas.
Batato va a toda velocidad y lento, despacio, y nadie se entera. Hasta que sale, irrumpe, corrompe, dispara, y ya no hay vuelta atrás. Pero mientras tanto, sigue rumiando por lo bajo, esperando el momento para asomar la cabeza, para perforar el asfalto, para cometer el delito de mirar y dejarse ser visto.
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O Impossível, de Maria Martins
Por Josefina Klein
“Sé que mis Diosas y sé que mis Monstruos / siempre te parecerán sensuales y bárbaros”
El impulso y las ganas nunca se fueron, sin embargo, ambos sabemos que no falta mucho para que nuestros demonios resurjan y se vean enfrentados otra vez en una guerra infinita. Ambos sabemos que en esta forma, en este mundo y en este tiempo no hay ni habrá lugar para nuestros cuerpos como uno. Si debo, saldré de mi propia piel, me liberaré de mí como me conozco y romperé cualquier lazo para que nuestra esperada fusión tome lugar. Ambos sabemos que esto no termina así, que a pesar de nuestras eternas batallas el deseo sigue ahí, palpitante, insaciable. Lo imposible algún día será y lo será para siempre.
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Ovo Novelo, de Augusto de Campos
Por Avril Abalos
Mi ovo
Te amo tanto sin tenerte. Te odio tanto a pesar de todo lo que pasamos juntos. No. No te odio a vos. Me odio a mi. Me odio porque amé. Amé tanto que me la jugué. Una cosa lleva a otra y de tanto amar nos creemos capaces de todo. Y capaz no. Pero ya estamos acá. Y grito. Ni siquiera pienso que quiero gritar. Solo grito. Y lloro cada tanto. Porque ya van cuatro horas de esperarte. Y el cuerpo no me da más. La mente tampoco. Pero el corazón sí. Hoy me estás enseñando que puedo. Que soy más fuerte de lo que creía. Y espero que después de estos nueve meses, no me sueltes nunca.
–Bienvenido al mundo hijo.
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Goldwater, de Augusto de Campos
Por Facundo Pereyra
El beso carmesí
La sala estaba llena de gente, y la Sopranista estaba subiendo temblorosamente hacía el gran escenario, llevaba un vestido de tipo cóctel de un color carmín tan profundo cómo la sangre mientras entrelazaba las cintas doradas en su cabello. La sopranista, pálida cómo la nieve más pura y con un cabello de un tono rojizo cómo un fénix, observaba la magnificencia arquitectónica de ese teatro al más puro estilo barroco con toques eclécticos, mientras se posaba frente al público y le daba la señal a la pianista para que empiece a tocar la pianista, vestida en suaves capas de tela color marfil comenzaba a tocar cómo nunca antes lo había hecho.
Extasiada por el angelical y potente canto de la sopranista cuya máscara se habría corrido por llanto, detiene sus dedos de el frio metal dorado de su instrumento para dar paso a la nota más alta que esos asientos de tapíz rojo habrían podido presenciar antes.
Hacia el final de la nota, el pesado telón de terciopelo cae dando lugar a la privacidad de las dos talentosas artistas mientras escuchaban el aplauso de la audiencia.
Si bien celebraban el gran triunfo con un cálido abrazo, ambas sabían que el que la pianista haya dejado de tocar significaría graves consecuencias a su trayectoria artística. Pero ese fue su manifiesto, su manifiesto por amor.
Desde el momento en el que admiró desde las afueras de los ensayos hasta que vio llegando a la gran sopranista vestida a la par de los colores del anfiteatro, supo que sentía una fuerte conexión amorosa.
Le generaba un increíble amor, amor por el arte que generaba la sopranista con esas magnificas altas notas.
Pero el miedo la detuvo, al mirarla a los ojos no supo que decir, quedó petrificada. Esto no impidió besarla apasionadamente hasta que ambas compartieron el mismo pintalabios, pero eso fue todo, sin mediar siquiera una palabra, ambas sabían que era un beso de despedida, con aquella nota, la sopranista se habría posicionado en la más alta categoría de la escena artística parisina, siendo posiblemente trasladada al mundo Inglés en esa misma noche, mientras que la pianista viviría admirando la fama de aquella amada que alguna vez anheló, quedando en penumbras por obviar su talento en base al amor.
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Luna y enramada, de José Cúneo
Por Morena Magallanes
Quiero ver las estrellas
Oler el olor a campo, a pasto
Ver los caballos y escuchar el ruido de los caballos galopar
Ver,
Escuchar,
Mirar,
Sentir,
Volver a sentir eso.
Eso que era mi vida.
El paisaje está oscuro
Las nubes un poco grises
Pero detrás de ellas hay luz
La luz de luna, que brilla no importa que se le cruce
Porque las nubes grises no van a tapar mi paisaje,
No van a tapar mi vida.
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Exclusión, de Pablo Suárez
Por Lucía Costanza
Sentí mi pelo volar por la fuerza del viento. Me agarré fuerte, no quería caerme. La velocidad aumentaba y el polvo de la tierra me saltaba a los ojos; y en ese momento me pregunté qué sentirá la H cuando se olvidan de su existencia.
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Concepto espacial, de Lucio Fontana
Por Trinidad Borrell
Un eterno femenino
Un rosado triste y perdido
Un cuerpo mío
eso dicen
¿Ahora tuyo?
¿Quién es dueñx de sí mismx?
¿Quién jura ser dueñx de sí hasta en lo más íntimo del ser, de la conciencia, del hacer?
¿Dónde está ese contrato,
adorado a diario,
escrito por nadie nunca,
en donde me dan total posesión y responsabilidad
de esta bolsa de órganos,
de estas ideas insoportables,
de estas reacciones inesperadas?
Que alguien lo anule porque yo nunca me poseí,
Que alguien lo queme porque nadie será jamás dueñx de sí
Un cuerpo (no sé bien de quién)
destrozado
machucado
aniquilado
Penetrado
Dedos
gruesos,
transpirados,
y sucios
que buscaron con ansiedad poseerlo
Una conciencia devastada de un ser ya abandonado de sí
Un cuerpo desgarrado sangrando
es tal vez una buena metáfora de lo que siempre fuí…
¿Una espectadora? Tal vez
¿Un títere con múltiples titiriteros? Seguramente
Y aunque no quiero ser parte de este falaz contrato,
no creo en el tuyo tampoco
Yo jamás llegaré a entender lo más profundo de mi pensar,
Yo jamás podré controlar el total de mi accionar,
Yo nunca interpretaré todos mis deseos detrás de mí reaccionar,
Pero yo nunca dejaré que te creas dueño de mi
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La gran tentación, de Antonio Berni
Por Francesca Benetti
Sucio de manchas de ilusiones rotas y noches peligrosas, el espejo escupió el reflejo descarado de una mujer
destacaba el amarillo oxigenado de su pelo que combinaba
sin querer
con su sonrisa oxidada
Se miró desganada mientras practicaba formas de sonreír,
con el tiempo había aprendido a disimular su falta de naturalidad
aún así se sentía auténtica
Podría estar horas y horas practicando nuevas poses para impresionar a cada señor: el brazo un poco más relajado, el torso torcido, el mentón hacia arriba. Para sentirse bien, para sentirse buena,
para sentir que lo hacía porque quería y no solamente porque quería comer
(sentir que forzadas eran solo
las sonrisas)
¿Cuánto perfume hace falta para tapar el olor a basura? ¿Pasa algo si el perfume se encontró en la basura?
Le rezó a la virgen mientras se ponía la séptima capa de pintalabios rojo. Se dibujó el lunar en la esquina izquierda del labio superior. Se puso un poco más de perfume de (la) basura.
se percibió lista para salir
(¿a trabajar?)
una vez más
Miró confundida la pintura de la mujer con curvas, el pelo desprolijo, la boca grande, la apariencia pesada
¡Santa María! Madre de Dios
Le costó lo que un suspiro entender que era ella, aquella mujer de dientes oxidados
era su reflejo
pero esta vez no era el espejo
quien devolvía la imagen de esa mujer que tanto reconocía
si no que era un cuadro
el suyo su cuadro
¿para ella?
¿quién hubiera podido retratarla?
querido pintarla
¿a ella?
Y por primera vez
frente a este reflejo que sí le agradaba
sus dientes se alinearon en forma de
sonrisa perfecta
esta vez,
sin forzar
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Cuadro escrito, de León Ferrari
Por Rígel Schargrodsky
Si yo fuera pintor, si mis manos entendieran los fractales de mi mente, dibujaría caleidoscopios y los llevaría pegados a los ojos hasta que sea mi mente quien traduzca los colores de mis manos.
Si yo fuera pintore sería un mantra en loop sin sonido, me olvidaría la textura de mi piel completamente tatuada de letras, cenaría estertores de acrílico con los dedos desnudos, y me recontra bañaría en aguarrás todas las noches.
Pero qué lienzo sería la noche, si yo fuera pintora no se lo contaría a nadie, esperaría a que me abracen para leer a manotazos los colores de sus espaldas.
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El baile de Tehuantepec, de Diego Rivera
Por Clara Olivieri
Cuando descubría un museo en Recoleta, Buenos Aires; cada sala me sentía mas pulcra, del blanco que abundaba. Al dar vuelta en una esquina, parecía que me adentraba en la muestra permanente y más clásica del museo, dando vuelta en una esquina, me colorea en segundos un cuadro que sería del autor Diego Rivera. Podia observar como en algún rincón de México, en una noche de primavera para andar descalzos, bailaban sin cesar: a naranjas, a verdes, y una pollera fucsia que se asomaba flameando. Con 12 años me preguntaba ¿me podría llevar un color? Tomarlo y pintarme, así de saturado y feliz. Ese día decidía que si, que me permitía hacerlo. Luego de esa obra tan cálida y engamada, me vestía a colores del museo, un verde agua Xul solar, un marrón de la lucha de Berni, un amarillo del vanguardismo de Pablo Suárez, las salas me empapaban de tonos que quería vestir o guardar en mi bolsillo. Salí con un vestido saturado. El viento de la avenida bonaerense, no me los pudo quitar.
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Ícono, de Remedios Varo
Por Belén Pardo
por fuera te ves tranquilo y calmado,
hasta que tu cabeza se abre ante mi
y veo que jugas al ajedrez.
la torre sale volando
emanando una luz igual a la que me ilumina todos los días.
y como si esa torre fueras vos,
tiene una torre infinita
que se plantea su propia existencia.
la pieza sale volando
ayudada por dos lunas
que la mantienen en el aire segura como vos me haces sentir a mi cuando estamos juntos.
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Forze centripete, de Emilio Pettoruti
Por Agustina Galarza
Bifurcarse,
para probar lo diferente.
Aquello a lo que todos temen:
Oscuridad,
Con misión de probar que es distinto.
Entrar en su mundo,
Entrar en el bosque,
Bailando,
Acompañada de la noche,
Y de la luna que pinta los reflejos claros, que me esteralizan
Y donde los arboles envidiosos de tanta luz,
Como soldados,
Se ubican para fragmentar la luna entre tanto miedo…
Aun así continuar,
Saltando los abismos, y que así en el claro más claro de ese bosque,
Una coreografía comience,
Un jazz de medianoche en zigzag,
Con emoción, dando saltos como los que daba cuando era pequeña,
Evitando tocar el abismo,
Sin embargo,
El improvisa en la coreografía,
Y los saltos se convierten en circunferencias,
Terminando como bailarina clásica girando
En la espesura que el pinto,
Y en el oleo negro de malos recuerdos que enmarco.
Mareada y ahora perdida,
Huyo a la ciudad donde conozco a las bestias y a los trucos que permitenque el baile sea un diez a la luz del escenario.
Donde los reflectores me hagan estrella,
Aunque en la oscuridad sea la luna quien me eclipse.
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Carnaval, de Hans Nöbauer
Por Lorena Bedrune
1. Capítulo perdido del libro El curioso incidente del perro a medianoche
El viernes el señor Jeavons me dijo que iríamos a un museo de arte. A mi, los museos que me gustan son los de ciencias. Antes de asistir a un lugar como estos siempre investigo bien sobre lo que voy a ver y sigo una guía para analizar y organizar todo lo que vaya a ver.
La primera vez que estuve en un museo fue cuando Padre me llevó al de Ciencias Naturales. Para cumplir el recorrido pautado debíamos llegar a las 9 de la mañana e irnos a las 19, porque la cena sería a las 20. Además optamos por ir un día martes para asegurarnos de estar lo más solos posible, ya que cuando hay mucha gente en un mismo lugar me pongo muy nervioso. Sin embargo tendría que resignar un poco mi soledad por que los martes estaban los expertos en biología para responder preguntas sobre el museo. No hablo con gente extraña porque me da miedo pero acompañado de Padre puedo hablarle a los científicos, ya que él me cuida y además, los biólogos son inofensivos. Yo no iba a ir a una visita guiada porque están pensadas para gente que pretende que le expliquen unas pocas cosas como un vómito de datos, algo muy diferente a lo que a mi me gusta hacer.
Las exhibiciones eran trece (uno de mis números primos favorito) y el recorrido tenía el siguiente orden: antártida, anfibios y reptiles, artrópodos, aves, geología, malacología, 200 años de historia, mamíferos actuales, osteología comparada, paleontología, mirada infinita, mamíferos africanos y finalmente, misterios del mar. El problema fue que el área de geología era más grande de lo que imaginaba.
A cada sección le había asignado un tiempo de 45.15 minutos y al terminar la sección de aves corría con un minuto de ventaja pero al entrar a la exhibición de geología comencé a desesperarme. Había demasiado material, muy poco tiempo y era factible que el recorrido sufriera cambios o peor, no fuera completado.
Sentí cómo mi corazón latía a un ritmo más acelerado que el normal, el lápiz se me resbalaba de la mano a causa del sudor y sufría constantes mareos debido a levantar y bajar la cabeza muy rápido por mi deseo de acelerar la catalogación que estaba llevando en mi cuaderno. Sin embargo eso no era nada en comparación a lo que pasó después. Se comenzaron a escuchar una cantidad incontable de gritos y pasos, había llegado un curso de primaria al museo. Fui detectando que a mi elevada frecuencia cardíaca, mi sudoración excesiva y mis mareos se sumaba una progresiva opresión en el pecho y molestos escalofríos organizados dados en tiempos aleatorios. Así que tuve que revisar el recorrido una y otra vez para modificarlo evitando la sala en la que el curso se encontraba.
Cuando comencé a estudiar las últimas piedras eran las 18.30, completamente fuera del horario que me había establecido. Entendí que el recorrido no podría ser concretado y mi corazón comenzó a bajar su ritmo acelerado hasta uno casi normal, tenía ganas de gritar pero eso está prohibido en los museos. Apenas atravesamos la puerta de salida le grité a Padre que la visita había sido un fracaso, que jamás volvería a pisar un museo y arrojé mi cuaderno al piso. Padre me miró con una cara similar a esta :)
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y me dijo que podría terminar el recorrido mañana y que volveríamos las veces que fueran necesarias. Escuchar eso me calmé. Ahora que sabía esto podría organizar el recorrido en etapas y programar cuantas fueran necesarias para terminar de recorrer el museo.
Para las siguientes visitas fui mucho más preparado, armé tres opciones de recorridos para cada visita y al ya saber las dimensiones aproximadas de las exposiciones restantes podría 1 asignar mejor los tiempos. Así decidí crear Guía para visitar museos que me permitiera llevar a cabo la experiencia de mejor manera:
Guía para visitar museos
- etapa 1: primer pantallazo de cada exhibición, ver temática y extensión. Requiere
poco tiempo (media hora podría ser suficiente) - etapa 2: organizar el recorrido y el tiempo que se le debe otorgar a cada área según
interés personal. Se debe ajustar el recorrido a los horarios del museo y si es necesario dividir el recorrido en etapas a realizar en distintos días. - etapa 3: ir al museo y siguiendo el recorrido anotar todos los datos de lo exhibido
que considere relevantes (descubrimiento, antiguedad, país o región de donde proviene la pieza, material, clasificación, peso, función, etc.).
Cuando el señor Jeavons me dio la autorización que debía entregar el día lunes comencé a sentir nauseas porque, en primer lugar, era viernes y el sábado había prometido a Padre hacer jardinería con él, lo que me impediría realizar la “etapa 1” de mi Guía para visitar museos. Por otro lado, el museo en cuestión era de arte, nunca había ido a uno, siempre fui a museos como el de Ciencias Naturales o el que está en el Planetario.
Pasado el fin de semana llegó el temido lunes y con ello la excursión. Entregué la autorización y subí al micro con mis compañeros. No me molestaba estar en grupo con ellos porque los conozco bien, aunque me parezcan estúpidos, ya no me genera nada la convivencia.
A las 10.03 llegamos al museo pero no fue hasta las 10.40 que logramos entrar ya que tuvimos que dejar las mochilas y hacer una fila. Mi primera impresión fue de limpieza, las paredes blancas, la luz y la forma geométrica del edificio me agradaba. A pesar de que había más gente de lo que me hubiese gustado y de que debí dejar mi mochila, quedandome solo con mi cuaderno y lápiz, la armonía de la entrada era entretenida.
En el camino desde mi casa a la escuela y desde la escuela hacia el museo no había visto ni coches rojos ni amarillos por lo que sería un día para tomar cautela ya que no tenía la certeza de que fuera ni bueno ni malo.
1 dimensiones aproximadas porque no las recorrí en la primer visita, pero por lo que parecían ser cuando las vi al pasar podría estar 78 por ciento seguro de su amplitud
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Una chica, que era guía del museo, comenzó a llevarnos al primer piso mientras nos decía las reglas típicas de los museos. Luego de subir la escalera mecánica había una gran pared blanca que decía en letras negras y grandes “Arte Latinoamericano 1900-1970” por lo que supuse que así se llamaría lo primero que íbamos a ver. Miré mi reloj, eran las 10.43.
Ingresamos en la exposición, estaba llena de cuadros, esculturas, cilindros con discos enganchados montados en una caja en forma de prisma cuadrangular y muchísimas más cosas que no podría clasificarlas en grandes grupos. En ese momento comencé a transpirar del solo hecho de pensar que esas obras no seguían patrón alguno y que sería imposible ordenarlas de manera racional y exacta.
Comencé a ver todo como miles de cuadros y esculturas que pretendían de mí un análisis muy diferente al de la etapa 3. Cada pieza esperaba algo mucho más profundo de mi cabeza, un análisis político, social, económico, estético y no podía llevar a cabo semejante tarea con tantas obras. Calculé que para realizar una análisis completo debía ir mínimo doscientas veces al museo, sólo para esa exhibición. Luego de realizar el cálculo comencé a marearme un poco, veía todo como un gran laberinto abarrotado de obras incomprensibles y sentí una intensa presión en la frente.
Miré mi reloj, eran las 10.46, tres minutos habían pasado desde mi ingreso a ese campo en constante bombardeo artístico e intelectual. Decidí resolver algunos problemas de matemáticas en mi cabeza para distraerme, pero no sirvió ya que me perdí cuando una señora pasó muy cerca mio y me chocó con su cartera por lo que me agaché y gemí. Había llegado a calcular hasta la potencia decimotercera de dos (cuyo resultado es ocho mil ciento noventa y dos), lo cual es bastante poco porque he llegado hasta la potencia vigésima séptima de dos en otras ocasiones.
Desde la nueva altura que había adoptado, luego de que la señora me golpeara todo era aún peor. Los cuadros se abalanzaban encima mio y comenzaron a darme nauseas. Muchas veces las reglas de los lugares no están bien planteadas. La chica que nos había acompañado a la sala nos dijo que estaba prohibido comer porque se ensuciaba el piso pero no dijo nada sobre vomitar. Eso último lo debe deducir uno mismo ya que no lo ponen en el reglamento porque si pusieran absolutamente todo lo que no se puede hacer sería demasiado extenso. Esto, es lo que se llama una convención construida socialmente, me explicó Siobhan hace un tiempo, algo que todos acordamos en un contrato invisible para que las cosas no se salgan de control. Por esto deduje que vomitar no estaba permitido en el museo entonces si yo llegaba a vomitar llamarían a la policía como cuando alguien anda desnudo por la calle . 2
A esa altura lo único que se me ocurrió para evitar las ganas de vomitar y la excesiva información que llegaba a mi cerebro fue bloquear el medio por donde ingresaban las imágenes, mis ojos. Por lo que mi plan era caminar sin mirar hasta algún punto en donde las paredes volvieran a ser blancas y estuviera todo limpio de información como en la entrada. Caminé diecisiete pasos largos a la derecha con el vómito apunto de dejar mi
2 Esto, por una convención construida socialmente, está mal. A la persona que sale desnuda a la calle se la llevan a un loquero o a la cárcel porque a los que no acatan las convenciones les pasa eso.
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organismo y una presión en la cabeza y pecho muy fuertes, como si tuviese una soga muy ajustada sobre mis pulmones y mi frente.
En el transcurso de mi caminata choqué contra algo y tuve que mirar. Había quedado con la nariz pegada a la pared al lado de una especie de pequeño pilar blanco. Al principio me sentí cómodo, mi cuerpo casi había vuelto a la normalidad ya que lo único que veía era una pared y una porción ese pilar, sin embargo, luego de un rato de estar en esa posición, noté una luz cálida que asomaba desde el costado y mi corazón volvió a acelerarse.
Analicé la opción de girar la vista hacia la luz y la de permanecer con mi cara pegada a la pared al lado de esta pequeña columna. La primera tenía múltiples desenlaces mientras que la segunda era la opción segura pero incómoda por la intriga. A pesar de eso decidí girar la mirada. Había una especie de caja de acrílico transparente con cosas adentro. La forma que tenía la caja no era como la de zapatos, era un prisma de seis caras con su longitud mayor a su altura y a su vez mayor a su profundidad. Las medidas debían ser de 68x50x14 centimetros.
Con los latidos de mi corazón un poco más fuertes que antes y una presión en el pecho creciente, me alejé lo suficiente como para solo ver la caja y las paredes blancas, siendo prudente de que en mi campo visual no existiera ninguna otra obra que me atormentara como las que había visto apenas entré a la sala.
Dentro de la caja había una serie de imágenes de cartón que al superponerse formaban un bonito carnaval en Río de Janeiro. Extrañamente y contra toda predicción que había analizado no necesité irme de ese sitio ni cerrar los ojos. Mi frecuencia cardíaca bajó y todo mi cuerpo volvió a estar en sus condiciones normales. Esa caja era muy distinta a todas las demás cosas, parecía un juguete.
Cuando era chico tenía un pequeño libro en el que en cada página había un acetato distinto que conforme se pasaban las hojas se superponían y formaban una imagen final completa. Padre me leía cuentos antes de acostarme y a veces me leía este. Una explicación científica para el fenómeno que acababa de percibir es que al ver esa caja me remitió al librito que yo tenía que me leía Padre cuando me encontraba relajado en mi cama. Por lo tanto la condición física de estar acostado en mi cama pudo haberse reflejado a modo de recuerdo corporal disparado por una imagen visual.
Por otro lado y sin descartar la hipótesis anterior, me quedé mirando porque, a diferencia de las otras pinturas, esta no pretendía nada de mí. La caja transparente con una pintoresca imagen dentro se presentaba como algo que podría tener cualquier niño en su pieza. Era algo alegre, lo sé porque las caras de las personas que estaban ahí se parecían a esta cara que Siobhan me mostró una de nuestras primeras sesiones:
Además, en la parte superior decía “CARNAVAL” y eso es un día súper bueno pero sin ver autos rojos.
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Los días los divido en buenos y malos. Si veo 4 coches rojos seguidos es un día bueno, 3 coches rojos es un día bastante bueno y 5 coches rojos es un día súper bueno. Pero si veo 4 coches amarillos es un día malo. Para algunos como El señor Jeavons les parece ridículo esta clasificación pero no le parece ridículo si el hecho de tomar como días buenos a los días soleados y a días malos como días nublados o con lluvia.
Lo absurdo de los carnavales es que no tienen justificación de por qué son días súper buenos. No pasa porque llenan la ciudad de autos rojos ni porque si llueve mueven las nubes y hacen salir el sol. Son días buenos porque sí y eso me parece más honesto que tener que buscarle una justificación aleatoria como el clima o los autos.
Sé que no me gustaría estar en un carnaval como ese por la cantidad de gente, el ruido, la calle, el calor, la espuma, los carteles y los colores. Pero dentro de esa caja era inofensivo. Como en el Zoológico cuando exhiben una víbora cascabel, es peligrosa entonces la ponen en una jaula para que la gente pueda verla sin correr riesgos.
Por otro lado, el objeto en cuestión tenía una luz muy particular que no había en ningún otro lado, una luz amarilla como las que iluminan la puerta del Zoológico con un tono cálido y antiguo como papel de libro viejo. Parecía un fueguito en medio de un glaciar. Esa luz me dio la sensación de calidez que debe de sentir Toby cuando lo pongo en mi bolsillo.
Toby es mi rata doméstica, es muy limpia y no tiene la peste bubónica. Claro que en casa Toby tiene su propia jaula pero lo paseo en mi bolsillo 7 minutos al día antes de hacer ejercicios de matemáticas.
Otra de las cosas que me gustaban era que tenía en ambos lados de la parte inferior el número 1933, el ducentésimo nonagésimo quinto número primo. Además de colores muy agradables a la vista.
De un momento a otro me dí cuenta de que un señor se había parado al lado mío y comencé a dar golpecitos con mis nudillos sobre el cuaderno, eso lo hago cuando me pongo nervioso. El señor me miró y me dijo:
— Llevas un buen rato mirando esa obra
Miré mi reloj y marcaba las 12.27. No sabía a qué hora había comenzado a observar el CARNAVAL pero la última vez que me había fijado la hora eran las 10.46 así que era muy probable que hubiese pasado bastante el tiempo promedio de observación de una obra. Entonces le contesté:
— Sí — Como el hombre era un desconocido quería hablar lo menos posible. — ¿Te gusta? — ¿Qué cosa? — La obra — Ah, sí — Le dije — Es muy interesante, la forma en la que se plasma la alegría de algunos personajes y la tristeza de otros. Los personajes de adelante parecen felices mientras los de un poco más
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atrás no. Podría deberse a un enojo con la clase social que disfruta a costa de ellos ¿No te parece? Sinceramente no entendí a lo que el hombre se refería así que le dije: — No. — ¿Cómo que no? — Me preguntó. — Que no me parece. — ¿Y qué es lo que te parece entonces? — Que no me ataca. — ¿Ataca? ¿A qué te referís querido? — Las otras me bombardean y me molesta — Le expliqué El señor se rió, no entendí de qué. Además no me gusta que se rían de mí así que permanecí en silencio. — ¿Cómo es que te atacan las demás obras? — Me preguntó.
Como quería que el hombre se fuera lo más rápido posible le conté velozmente todo mi camino desde que entré al museo hasta ese momento, para explicarle por qué las demás cosas exhibidas me atacaban. Así que comencé diciéndole que me gustaba la entrada porque era blanca y limpia y que luego de subir las escaleras vi la primera parte de la muestra y no me había gustado nada. Le conté sobre la Guía para visitar museos que no estaba siguiendo, sobre la señora que me había chocado, las reglas del museo, las personas que corren desnudas, las convenciones sociales que me había enseñado Siobhan, la policía que vendría a buscarme si vomitaba, la soga en mis pulmones, los diecisiete pasos sin mirar, la pared, la luz, el librito, las explicaciones científicas, la calidez, Toby, la peste bubónica, el 1933, la serpiente de cascabel del Zoológico. Pretendía contarle todo hasta el momento en el que comenzó a hablarme pero luego de un minuto ininterrumpido de hablar bastante rápido comenzó a dolerme la cabeza por la falta de aire que supone hablar a esa velocidad tanto tiempo, así que súbitamente me callé. — Bueno veo que te ha resultado útil entonces el CARNAVAL. — Em... sí. — No sé a qué se refería con útil pero quizás si le daba la razón se iría. — Bueno, si tan te ha resultado útil te la podes llevar. Una de las reglas del museo era “prohibido tocar” así que no podía llevarme el CARNAVAL a mi casa porque necesitaría tocarlo y entonces llamarían a la policía. Así que le dije: — No puedo, está prohibido tocar. El hombre volvió a reír y yo seguía sin entender. — ¿Cómo te llamás? — Christopher — contesté — Bueno Christopher, mi nombre es Eduardo y esa obra es mía así que si te la llevás no voy a llamar a la policía porque yo invento las reglas de este museo.
Cinco videos con recomendaciones realizados por participantes de ediciones pasadas del programa Conexión Museo.
Malba Sub20
Clínica
Actividad de cierre Conexión Museo 2019
Los chicos y las chicas de Conexión Museo invitan a la actividad de cierre del programa, donde intervendrán el museo convirtiéndolo en una clínica terapéutica. Las obras se volverán doctores dispuestos a dar tratamientos especializados a cada paciente, ¿ya sacaste tu turno?
Miércoles 16 de octubre a las 17:00