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Literatura

Mes de la mujer
Cruce de caminos

Por Sheila Kohler

En el Mes de la Mujer, en un año en el que se están organizando manifestaciones masivas en nuestro país y el mundo contra la violencia a las mujeres, compartimos este relato de Sheila Kohler, escritora sudafricana cuya obra aún está inédita en español.

Faltan 15 años para que Mandela sea nombrado presidente y Sudáfrica aún se encuentra inmersa en el apartheid. Tengo treinta y siete años. Transcurre el mes de octubre, conocida por los afrikáners como el mooiste maand, el mes más bonito, nuestra primavera. Mi madre llama para darnos la noticia. Mi cuñado, exitoso cardiocirujano y protegido del doctor Christian Barnard, se salió de la ruta en un camino solitario y seco y chocó contra un poste de luz. Él sobrevivió porque tenía puesto el cinturón de seguridad. Mi hermana, que no tenía puesto el suyo, no tuvo tanta suerte. Impactó contra el tablero y se fracturó las muñecas y los tobillos. Falleció instantáneamente, me asegura mi madre. Me pregunto cómo se sabe si fue así y pienso en ese momento de terror en la oscuridad. Tomo un avión a Johannesburgo y voy directo a la morgue. No estoy segura de por qué siento la necesidad de hacerlo. Quizás no pueda creer que esta mujer de treinta y nueve años, madre de seis criaturas, esté muerta. Quizás crea que al ver su cuerpo todo se aclarará. O quizás solo quiero estar a su lado, abrazarla por última vez. Me quedo esperando con mis manos sobre el vidrio, observando una habitación iluminada, desnuda y vacía con un piso inclinado de piedra rojiza, levemente hundido en el centro para drenar lo que cae de la mesa de disección. Entran su cuerpo sobre la camilla. No puedo tocarla, sostenerla ni consolarla. No podré sanarla. Todo su cuerpo está envuelto en una sábana blanca, solo se vislumbra su rostro como una flor: la frente ancha, el mentón pequeño, los ojos rasgados, la piel de cera. Es mi cara, nuestra cara, la de nuestros ancestros comunes. Es la misma cara en forma de corazón que me miraba obedientemente cuando de pequeñas jugábamos a las muñecas. Este es el comienzo de años interminables de anhelos y lamentos. También es el comienzo de mi vida como escritora. Una y otra vez regresaré a la hoja para recapturar este momento, la vida de mi hermana, y su espíritu. Con su muerte también me inundan las preguntas. ¿Cómo pudimos haber fallado en protegerla contra él? ¿Qué le sucedió a mi familia? No era como si no lo viéramos venir. ¿Qué fue lo que nos impidió tomar alguna acción, contratar un guardaespaldas para ella? ¿Acaso fue la misoginia inherente en la sociedad colonial y racista de Sudáfrica en ese momento? ¿Fue el colegio patriarcal anglicano donde ella y yo rezábamos diariamente para que perdonáramos hasta el pecado más atroz? ¿Fue la manera como se consideraba a las mujeres en ese lugar y en todos lados? Aún sigo buscando las respuestas.

Crossroads [Texto original en inglés]

It is 15 years before Mandela becomes President, and South Africa is still in the grip of apartheid. It is my 37th year. It is October, which the Afrikaners call die mooiste maand, the prettiest month, our spring. My mother calls with the news. My brother-in-law, a successful heart surgeon and protégé of Christian Barnard, has managed to drive his car off a deserted, dry road and into a lamppost. He has survived, because he was wearing his seatbelt. My sister, not wearing hers, was not so lucky. Her ankles and wrists, braced against the dashboard, were broken on impact. “She died instantly,” my mother assures me. I wonder how one knows such a thing and think of that moment of terror in the dark. I take a plane out to Johannesburg and go straight to the morgue. I am not sure why I feel I must do this. Perhaps I cannot believe this young woman, thirty-nine years old, the mother of six children, is dead. Perhaps I believe the sight of her body will make it clear. Or perhaps I just want to be beside her, to hold her one last time in my arms. I stand waiting with my hands on the glass, looking into the bright, bare, empty room with the sloping floor made of reddish stone, which dips slightly in the center to provide drainage from the dissection table. Then they wheel her body in. I cannot touch her, hold her, comfort her. I cannot ever heal her. Her whole body is wrapped in a white sheet, only her flower-face tilted up toward me: the broad forehead, the small, dimpled chin, the slanting eyes, the waxy skin. It is my face, our face, the face of our common ancestors. It is the heart-shaped face she would turn up to me obediently when, as children, we played the game of Doll. This moment is the beginning of endless years of yearning and regret. It is also the beginning of my writing life. Again and again, I will turn to the page to recapture this moment, my sister’s life, and her spirit. With her death, too, comes a flood of questions. How could we have failed to protect her from him? What was wrong with our family? It was not as if we did not see this coming. What held us back from taking action, from hiring a bodyguard for her? Was it the misogyny inherent in the colonial and racist society in the South Africa of the time? Was it the patriarchal Anglican school where she and I prayed daily that we might forgive even the most egregious sin? Was it the way women were considered out there, and everywhere? I am still looking for the answers.

 

Sheila Kohler nació en Johannesburgo en 1941. A los 17 años viajó a Europa, donde se graduó en Literatura por la Universidad de París-Sorbona, y en 1981 obtuvo un máster en Escritura por la Universidad de Columbia. Es autora de las novelas Crossways, The Perfect Place, Cracks y Children of Pithiviers, entre otros libros. Actualmente vive en la ciudad de Nueva York.

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“Las guerras; los conflictos en las fronteras; la esclavitud; la violencia, la intolerancia y la opresión basadas en la raza, el sexo, el género continúan atormentándonos. Queremos que el arte nos devuelva esa colección de experiencias vividas, tanto las bellas como las más crueles e inhumanas, para poder aprender constantemente de ellas”, ha escrito Agustín Pérez Rubio con motivo de la exhibición Memorias imborrables: Una mirada histórica sobre la Colección Videobrasil que tuvo lugar en MALBA entre julio y agosto de 2015 y en la que se expusieron una serie de piezas audiovisuales que indagan sobre la memoria histórica.

En consonancia con este postulado, MALBA Literatura convocó a treinta escritores nacionales e internacionales, nacidos entre 1930 y 1980, para escribir sobre un recuerdo personal de un acontecimiento. Escritas en siete idiomas diferentes y traducidas al español, estás historias que son recuerdos íntimos pero en los que también resuenan situaciones políticas y sociales se publicaron bajo el título de Me lo llevará a la sepultura en formato digital y gratuito en 2015 y en un libro de colección en 2016.

Foto: Sheila Kohler (izquierda) y su hermana Maxine en el jardín de su casa familiar, Crossways. Fotografía: Canongate.