Un niño de los pantanos de Louisiana asiste a la instalación de una torre petrolífera y comprueba que el mundo en el que se ha criado ya no será el mismo. Flaherty realizó su último largometraje financiado por la empresa Standard Oil, que quería un didáctico sobre los beneficios de la modernidad y obtuvo, en cambio, una obra maestra sobre un mundo que destruye a otro. No era la primera vez que trabajaba así. Su clásico Nanook el esquimal había sido financiado por una empresa de peletería.
Hay ecos autobiográficos en el film: al igual que el niño protagonista, Flaherty había visto en su infancia el impacto que las empresas mineras tenían sobre el paisaje en que se había criado. Adelantada a su tiempo, la mirada del realizador no necesitó demonizar a los empleados de la empresa petrolífera: le alcanzó con mostrar en detalle el contraste tremendo entre el ámbito natural de los pantanos (descripto con lírico virtuosismo en el prólogo del film) y la irrupción de los mecanismos necesarios para la extracción de petróleo, filmados como si fueran monstruos.
Al talento de Flaherty para relacionar al hombre con la naturaleza se sumaron otros dos nombres importantes: el legendario músico Virgil Thomson, que hizo aquí una de sus pocas partituras para cine y recibió por ella un premio Pulitzer, y el fotógrafo Richard Leacock, quien luego se convirtió en uno de los documentalistas más representativos de su generación.
Louisiana Story (EUA, 1948) de Robert Flaherty, c/Joseph Boudreaux, Lionel Le Blanc, E. Bienvenu, Frank Hardy, C. P. Guedry. 78’.