Théo y Hugo se conocen en un club de sexo. Todos se relacionan con todos y el sexo fluye. La luz es roja y en las paredes, al alcance de la mano, sobran preservativos, lubricante y papel para higienizarse. Théo penetra a un desconocido mientras Hugo hace lo mismo por su lado. Los cuerpos se comparten, por eso sus bocas se encuentran en un beso que parece modificarlo todo y separarlos del cosmos en el que están inmersos. Se cogen/ se aman solos. Con esta escena de quince minutos arranca Théo et Hugo dans le même bateau, y lo que parecía ser una película que solo pretende provocar por sus escenas de sexo explícito y por su retrato de la promiscuidad se transforma en una valiente historia de amor. Se van juntos al mundo. Juntos y solos. Uno confiesa que sintió una chispa tan especial que lo llevó a no usar preservativo. El otro se ve obligado a decir que es portador. Juntos, durante la noche, en una carrera contra el tiempo, tendrán que poner a prueba sus propios miedos, prejuicios e ideas del amor sobre la mesa, mientras buscan un medicamento antirretroviral lo más pronto posible para que la exposición no resulte en una infección. Una gran película sobre el sexo, el deseo, los miedos que todos todavía le tenemos al VIH y, sobre todo, el amor como fuerza primaria. Texto de Marco Berger.