El reloj de Lucio, el protagonista, no solo marca las horas sino que también señala sus bromances –más bien narrados fuera de campo– en el momento en que la amistad rompe sus barreras y los amigos deciden ser algo más que eso. Rapado arranca con una escena que puede mirarse como erótica: dos hombres jóvenes y guapos circulan por la ciudad en moto. Hasta que pasan un par de minutos de este andar vagabundo, no sabemos que se trata de un robo. El hombre que está atrás roza con su navaja el cuello de Lucio, lo obliga a detenerse y realizar una suerte de striptease que consiste en la expropiación de sus escasos bienes. El ladrón le reclama el reloj, pero Lucio no lo tiene. Más adelante, lo vemos en un departamento donde un muchacho como él le devuelve el reloj que dejó olvidado y no pudo ser robado. Nunca sabremos en qué circunstancias. Pero podemos intuirlas.
Rapado no pone el acento en nada, tampoco en el campo sexual. El último encuentro casual de Lucio es en una sala de videojuegos que podría operar como un sauna gay. Lucio le estrecha la mano a un chico que juega tan mal como él. Enseguida termina en su casa, luego lo vemos en su cama, vestido, espalda contra otra espalda; no sabemos qué sucedió hasta que ambos llegaron a esa posición. No parece nada excepcional ni extraño ni digno de señalar: solo dos hombres que durmieron juntos. A la mañana siguiente Lucio se va, y en la parada del colectivo se da cuenta de que no tiene el reloj. Fundido a negro. Rapado llega a su fin. Con ella, el cine argentino avanzó como nunca antes en la construcción del relato ficcional del mundo queer embebido en una sociedad inclusiva, una utopía allá por los noventa. Texto de Cristina Civale.
Argentina / Holanda, 1999
75’ / 35mm / Color
Español
D, G: Martín Rejtman
F: José Luis García
E: Garry Lane
S: Gabriel Coll, Rodolfo Gareis
M: Paul M. Van Brugge
P: Alejandro Agresti, Kees Kasander, Martín Rejtman
CP: A. K. Films, Kilimanjaro, INCAA, Hubert Bals Fund