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Campo y periferia

Las experiencias de crecimiento y aglomeración en la ciudad generan formas de migración y también de marginación. Muchos fueron los emigrantes que llegaron para cambiar un paisaje rural por otro, urbano, en busca de una vida mejor. Pero los bordes de la ciudad, sus periferias, son también las zonas desclasificadas del desarrollo, de la opulencia, las áreas en las que la ciudad deslumbrante se convierte en desperdicios, en basura, en trauma, en precariedad. Las casas se componen de fragmentos y desechos, se levantan como construcciones endebles de chapas o cartones en los espacios vacíos de urbanización. Es la zona de los seres marginalizados de la ciudadanía, en la que conviven la infancia de los pobres y la prostitución. En los márgenes crecen el odio y la resistencia de los desposeídos. No se trata de migrantes, sino de expulsados. La sonrisa dura de la prostituta Ramona, las manchas rojas que se estrellan contra el cielo expresan esa desesperación. Salir de la ciudad es salir a la naturaleza incontaminada, es la posibilidad de construir una utopía. El espacio puro en el que puede proyectarse un nuevo comienzo: volver a la relación del hombre con la naturaleza antes de que ésta fuese marcada por la civilización. Recuperar los bosques, las selvas, la planicie en sus misterios y esplendor, aun cuando ellos no sean terrenos libres de contaminación. Los oleoductos cruzan esa naturaleza. Penetran veladamente las orillas de los ríos, las zonas en las que la selva pierde espesura. Sin embargo, desde la imaginación urbana, el campo representa lo puro, la naturaleza que la mano del hombre convierte en paisaje cuando la cosecha, la habita, la ordena. El contraluz del atardecer o de la luna le imprime un sentido mágico. La contraposición entre la ciudad y el campo es, también, una contraposición moral. Ante la caída y el peligro que involucra la ciudad, el campo se asimila a un espacio de pureza y de salvación. El paisaje plano e indeterminado también involucra desmesura. Es campo, pero también es desierto. Una superficie plana, inmensa, infinita; poblada de secretos y de peligros. Así describían el campo y la Patagonia los viajeros que los atravesaban en el siglo XIX. La pampa era el desierto y el infierno. Desde las rutas que, en línea recta, cruzan esa inmensidad, el horizonte se percibe como un espejo infinito al que nunca se llega.

Artistas: Francis Alÿs, Antonio Berni, José Cúneo, Miguel Covarrubias, Kenneth Kemble, Emilio Pettoruti, entre otros.

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Curadores: Andrea Giunta y Agustín Pérez Rubio
Hasta el 19.08.18

Vista de sala Verboamérica

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La exhibición, compuesta por 170 obras, es el resultado de un proyecto de investigación de más de dos años, que propone una historia viva de América Latina, expresada en acciones y experiencias.

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