Behzad llega a un pueblo primitivo del Kurdistán. Su misión: registrar con sus cámaras un antiguo rito mortuorio de los habitantes del lugar. Una anciana agoniza. Los pobladores preparan el rito: un cortejo de lamentos acompañado por las heridas que los penitentes se practicarán en sus cuerpos. Esa es la misión de Behzad: registrar como un antropólogo el dolor del espíritu teatralizado en el dolor del cuerpo. Pero la vida decide por sí misma. La anciana no se entrega a la muerte y Behzad debe someterse a la espera. La espera es repetición. Su vida se transforma en un círculo. Como siempre en Kiarostami, aparecen los espacios de oscuridad en donde se recrea la vida: una tumba en el que un invisible zapador cava y extrae huesos, un corral subterráneo de donde mana la leche de cabra que alimenta al pueblo.
Las vueltas de la noria tienen su efecto. Behzad aprende a respetar el tiempo de la muerte tanto como el de la vida. Apenas esos elementos, y un trigal mecido por el viento que nos llevará. Nada más. La puesta en cámara es una apoteosis del fuera de campo; el relato, una inmersión en lo material: la tierra, la piedra, el agua, la leche, el trigo, para contar esta historia sin metafísica en donde la vida y la muerte se diluyen como el hueso extraído de la tumba, que Behzad tira al arroyo antes de retomar su camino hacia sí mismo...
Texto de Eduardo Rojas.
El viento nos llevará [Bad ma-rah johad bord / The Wind Will Carry Us] (Irán – Francia, 1999) 118’